ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  30 de noviembre  de 2020
                               
 

Vaciar el Vacie

Querer vaciar el Vacie, esa lacra secular de Sevilla junto a las tapias del cementerio, es como intentar secar la dársena del Guadalquivir con una aljofifa. Misión imposible. Película muchas veces proyectada en esta sala de multiestrenos que es Sevilla. Con toda la buena intención del mundo, se ha intentado decenas de veces la desaparición de ese más que tercermundista mundo de infraviviendas, donde toda chabola tiene su asiento, todo cartón hace de pared, no hay la menor salubridad, en un paisaje casi del Sahel de niños desnudos chapoteando en charcos de agua sucia. Es peligroso pasar por el Vacie. Los sevillanos, si se meten por allí con el coche, al instante retroceden. No es raro que apedreen a los coches, o que pongan sobre la carretera palos y troncos de árboles a modo de barricadas, para sabe Dios qué tropelías perpetrar contra los automóviles y sus ocupantes.

Hacen las cuentas de la de veces que han querido acabar con el Vacie, han derribado todas sus chabolas y las construcciones de fortuna de este Villalatas y siempre ha ocurrido lo mismo: que aunque les den pisos oficiales dignos a sus habitantes y derriben esas lamentables edificaciones de acarreo, al poco vienen otros más desheredados de la fortuna aún que vuelven a construir este lamentable Manto de Penélope. De los malos recuerdos de una Sevilla charolista de las que se ha hecho balance al anunciar la buena intención de vaciar el Vacie. Chabolas había en El Plantinar, en la Carretera Amarilla, en El Patrocinio, enn Haza del Huesero, en El Manchón, en Las Erillas, en la vereda de Brenes, en el Tejar del Mellizo o en la Barriada Laffite, demolida para dar salida a Los Remedios por Virgen de Luján al nuevo puente de Las Delicias, inaugurado como "del Generalísimo".

En 1950 o en 1961 cuando la gran riada del Tamarguillo se intentó acabar con el Vacie. Me parece que hasta Soledad Becerril en su Alcaldía intentó erradicarlo. Y quien más arriesgó fue el gran e injustamente olvidado gobernador civil don Hermenegildo Altozano Moraleda, quien para denunciar la inhumana situaciòn y tratar de acabar con él se llevó al Vacie al propio Franco, para que lo viera con sus ojos. Parece que a las moscas se lo habían dicho. Todas se fueron a la cara del Franco, quien ordenó inmediatamente que se acabara con aquella situación. Con la que también intentó terminar el siguiente gran gobernador, Utrera Molina, en su programa de dar vivienda digna a los damnificados por la riada de 1961. Utrera ha recordado el panorama: «Familias hacinadas que intentaban vivir en una pequeña vecindad. Casas en ruina que constituían un espectáculo dantesco. Muebles sin sitio, colchones sin espacio, ventanas sin luz, paredes con grietas, huecos ocultos con mantas». Se acabó con aquello. Como con muy buena intención se intenta acabar ahora otra vez. Pero el Vacie se volverá a llenar. En la infravivienda tercermundista también rige el principio barroco sevillano del "Horror vacui" del Vacie.

 

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