ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  3 de diciembre  de 2020
                               
 

Como castástrofes aéreas

En esas novelas de horror que son los telediarios, que somos tan masoquistas que no los apagamos o cambiamos de cadena cuando están dando el Parte de Guerra diario de esta conflagración mundial, oímos como el que llueve cuando dan las cifras de muertos a causa del Covid en toda España. Y como lo más normal del mundo, podemos escuchar, por ejemplo:

-- Ayer la cifra de muertos en toda España mejoró. Sólo fueron 352 los fallecidos.

¿Sólo 352? ¿O ni más ni menos que 352, o cifras peores que hemos leído y escuchado en esta estadística de la muerte a la que no estamos acostumbrando, quizá por aquello de la letra antigua del flamenco: "Toíto es acostumbrarse,/cariño le coge el preso/a la reja de la cárcel"? Antes de esta desgracia mundial, esas cifras diarias de muertos del Covid que damos como habituales y sabidas sólo las encontrábamos en las grandes catástrofes aéreas, cuando se estrellaba un Boeing o un Airbus, un avión de gran capacidad. En materia de fallecidos a causa de la pandemia, ahora es como si todos los días se estrellara un avión con más de 200 personas a bordo, y abrieran los telediarios con esa noticia, y viéramos las imágenes de los restos del aparato esparcidos por el lugar del accidente, mientras buscaban la caja negra para explicar la causa de lo ocurrido. Sí, no le echamos ya cuenta a los muertos por la pandemia, pero por lo que respecta a España, es más que si todos los días se estrellara uno de esos grandes aviones de pasajeros, con tantas criaturas a bordo.

Por el contrario, a diferencia de las catástrofes aéreas, en esta catástrofe humana no vemos a las víctimas aparecer en las imágenes de los informativos, como si se quisieran ocultar, del mismo modo que en los mal llamados días de la Primera Oleada no hubo imagen alguna de la improvisada "morgue" montada en el Palacio de Hielo, con los cadáveres velados por los soldados de la Unidad Militar de Emergencias, como un triste homenaje a Bécquer: "Dios mío, qué solos se quedan los muertos".

Todo está tocado. Hasta los sentimientos humanos han acabado por insensibilizarse ante tanta desgracia. Te hablan con mayor preocupación de las cifras económicas y sociales, de las previsiones sobre el bajonazo del PIB, del paro, de los comercios cerrados, de los bares que nunca más levantarán el cierre, del toque de queda, de los confinamientos perimetrales de los municipios, de las aglomeraciones suicidas en las ciudades que han inaugurado su alumbrado de Navidad: ¿para qué luces de Navidad a estas alturas de curso? Pero no se destaca suficientemente el pavor de la muerte, los escasos dolientes que pueden acudir a los tanatorios o a los cementerios, o las secuelas que ha dejado la enfermedad en los que lograron superarla. Todo es un número en las estadísticas. Hemos terminado convirtiendo el dolor y la muerte en una estadística.

 

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