ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  27 de enero  de 2021
                               
 

Elogio del colado

Están vacunando a media Europa, y en algunos países, como Israel, lo están haciendo tan bien y con tanta diligencia que no tienen que esperar repartos generosos casi en forma de regalito de que a las que comunidades que han inyectado más viales les den más material que a las remolonas o incapaces. Se está vacunando medio mundo, excepto lamentables casos en Hispanoamérica y en los países pobres, pero en ningún sitio, que se sepa o que hayan informado, ha ocurrido como en España: que los espabilados y aprovechados se salten la cola para ponerse su inyección cuando no le corresponde, ignorando todo protocolo de orden de prioridades para recibir el remedio en el que tenemos puestas todas nuestras complacencias, quizá demasiadas.

Lejos de parecerme mal, esto de saltarse las colas y aprovecharse de los trenes baratos del carguete para ponerse la vacuna me resulta algo muy nuestro. Españolísimo. Una especie de deporte popular nacional. Lo mejor de la novela picaresca está en la casuística de los que se las ingenian, derrochando imaginación, para adelantarse en un sitio que no le corresponde en una cola: "¿Me guarda usted el sitio?". Me parece mal que el general Villaescusa haya dimitido como JEMAD. Primero porque el protocolo, el dichoso protocolo bajo cuya dictadura estamos todos, marcaba que le tocaba ponerse su pinchazo correspondiente y después porque al fin y al cabo representaba un valor nacional, un orgullo patrio, como es el arte de saltarse la cola e ingeniárselas para llegar antes.

Aquí lo que pasa es que hay mucha mala costumbre por el respeto a las colas de las cajas de Zara, que cualquiera se las salta: te arañan. Y hemos confundido el orden de vacunación con las cajas de Zara, recentísimo, cuando lo nuestro de toda la vida ante un mostrador o una ventanilla era el rebujón, el codazo, el "aleluya, aleluya, el que la coja es suya". El clásico, que preguntabas al que te parecía más recién llegado, caso de que hubiera cola en la charcutería o en la ventanilla del banco, el "¿es usted el último?", y te respondía con la manida bromita:

-- No, el último es usted ahora.

De todo esto se han librado consejeros de Sanidad, alcaldes, concejales, paisanos y militares, sin esperar a que le toque. Los propios viales de la Pfizer que están administrando se saltan la cola: sacan seis inyecciones de donde sólo debían obtenerse cinco, ya me dirán si hay o no hay un colado por cada botecito. Al fin y al cabo, los que oprobiosamente pasan por colados les han hecho un favor al sistema, aprovechando esas escurriduras que el consejero de Sanidad de la Junta de Andalucía llama "culillos" y los muy cafeteros podíamos denominar "zurrapas". ¿Por usar unas zurrapas o culillos que se iban a desperdiciar le han armado este lío a los españolísimos colados de la vacuna? Lo que debían dar en las terroríficas estadísticas, más que la saturación hospitalaria de cada día, es el número de colados en las vacunas. Eso es tan español como una bata de cola. Colada, claro.

 

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