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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  5 de junio  de 2021
                               
 

Bienvenido, monseñor Asenjo

Ni yo me ha vuelto loquito con estas primeras calores fuertes ni me hecho con la mitra un lío. Lo digo porque les extrañará, y bastante, que cuando don Juan José Asenjo, últimamente administrador apostólico, aceptada por el Papa su renuncia por edad, da por concluido su pontificado como arzobispo de Sevilla y monseñor Saiz toma posesión de la sede isidoriana, yo le dé la bienvenida en lugar de la despedida, que es lo que me imagino que hará Sevilla entera y más quienes, aunque quizá tarde, lo han descubierto en su bondad y sus desvelos por la Iglesia, a la que le deja como obra principal la creación de la Facultad de Teología San Isidoro.

"El que se fue de Sevilla, perdió su silla", y don Juan José Asenjo no ha perdido silla alguna, aunque ya no sea arzobispo, sino, por el contrario, ha ganado a Sevilla. Porque no se irá de Sevilla. Y le doy la bienvenida como excelentísimo y reverendísimo vecino de Sevilla, pues se queda a vivir entre nosotros. Prueba de lo que la ciudad le ha impresionado. Le ha pasado como a San Fernando, que de conquistador pasó a conquistado por Sevilla. Ha conocido a la ciudad y a sus gentes, el sentido profundo de la cristianidad de Sevilla, las inmensas devociones de la religiosidad popular, vertebrada en las cofradías y en las hermandades. Ha conocido la realidad de las iglesias de los pueblos, sus devociones, sus obras sociales, sus problemas cotidianos, volcándose en Cáritas. Y pudiendo haber marchado a su Sigüenza natal, que algunos conocemos sólo por el "Viaje a la Alcarria" de Cela, ha preferido quedarse en Sevilla.

Lo tendremos como un ilustre vecino y estoy seguro que como un consultor y paño de lágrimas de muchos sevillanos y de muchos sacerdotes y religiosos. Don Juan José no es hombre de grandezas, sino de humildades y austeridades, y en el Palacio Arzobispal no crean que vivía en los grandes salones, sino en una modesta casa adyacente, la conocida como "de los Seises", de la calle Placentines, donde tenía un hogar bien discreto, aunque no lejos de la capilla donde se pasaba las horas muertas, las horas vivas, en oración o en el sacrificio de la misa. Don Juan José es todo lo contrario de la soberbia y la ostentación, y en los últimos años Dios le ha probado, además, con una grave enfermedad en los ojos, de modo que tiene apenas un veinte por ciento de visión y que ha resuelto muchos problemas cotidianos gracias a la ONCE, de la que se ha hecho miembro.

Don Juan José será, pues, un sevillano más entre nosotros, en la ciudad que ha elegido para vivir, y por eso yo le doy ahorra la bienvenida en nombre de los muchos que lo admiramos, lo apreciamos y lo queremos. Se irá a vivir a una casita de la calle Hombre de Piedra, junto a la casa sacerdotal de la calle Becas, en la parte posterior de la Alameda. Desde allí seguirá viviendo esta Sevilla que le ha conquistado y a la que, como despedida, al final de la confinada procesión claustral del Corpus por últimas naves de la Catedral, le dio la bendición con el Santísimo, al que le pido por su salud, por su ganada tranquilidad y por los muchos años que espero siga entre nosotros. Bienvenido.

 

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