ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  29 de julio  de 2021
                               
 

Balbo

No sé quién fue el primero que le puso apócope al apellido de Tomás Balbontín de Arce en aquella ya mítica y vocacional Redacción de ABC de la calle Cardenal Ilundain, quizá una de las últimas a la antigua usanza que hubo en Sevilla, con plomo y linotipias, con el tabaco, el café y el güisqi como motores de un periodismo ordenado en su desorden, apasionado y literario. Para muchos de aquella Casa, entre los que me contaba, Balbontín, desde que llegó como alumno en prácticas, fue "Balbo". Que sonaba completamente a Cádiz, a gracia de Gades, y más al lado de su inseparable Paco Navarro. Si el que llegó a cónsul en Roma fue Lucio Cornelio Balbo, llamado Balbo el Mayor, Tomás Balbontín fue en una sola pìeza Balbo el mayor y Balbo el menor, periodista largo, de sonrisa socarrona de verlas venir y de dejarlas pasar, que anduvo por muchas secciones antes de llegar a la suya de la información municipal en un Ayuntamiento que Soledad Becerril ha recordado a la muerte del Manuel del Valle, regido por la humanidad y la concordia, y en el que la barra de Trifón y los cafés de El Portón eran fuentes bastante fiables de lo que estaba pasando, había pasado o iba a pasar.

El entones joven Balbontín fue tan único como quizá el último romántico de un periodismo de bohemia y madrugada, que no por eso abandonaba sus mañaneras y largas jornadas en el Ayuntamiento, donde entonces no los plumillas no eran meros transmisores de las notas oficiales de los grupos municipales, sino acicates de la información, protagonistas a veces, en largos e insoportables plenos. Coincidió en ABC con un grupo irrepetible de jóvenes maestros del periodismo, con Manuel Ramírez Fernández de Córdoba a la cabeza, con Paco Navarro, con Antonio de la Torre, chavales ya idos, entonces recién llegados de la Facultad de Ciencias de la Información que despuntaban como si tuvieran el colmillo retorcido de tantas peleas en el viejo oficio que abrazaron con ilusión y vocación. Eran, en cierto modo, herederos del periodismo bohemio de José Antonio Blázquez, que para mí que los tenía como hijos adoptivos de su desordenada pera personalísima y creadora forma de entender el viejo oficio. Coexistían varias generaciones en aquella Redacción de plomo y humo de tabaco, y Balbontín era como el nexo entre ambas, las antiguas y las nuevas.

Y de gracia, toda la del mundo. Aún me estoy acordando de aquel Citröen Mehari no sé si de tercera o cuarta mano, rojo, sin techo, con los asientos posteriores arrancados y convertidos como en batea de una camioneta. ¿De quién era aquel viejo cacharro de aquellos locos? ¿De Balbontín o de Navarro? Para mí que de Balbontín, apellido cuya gracia aún resuena por las paredes en la desaparecida Taberna El Traga. Porque hay que tener gracia bohemia de periodismo del bueno, del antiguo, para poner en la parte posterior de aquel Mehari...¡un sofá! En aquel Mehari con sofá, Balbo y Paco Navarro hacían cada noche el París-Dakar de las copas, cuando ya estaba cerrado el bodegón La Piedra, que era la base de sus operaciones para aquella bohemia. En mi memoria, Tomás Balbontín, Balbo el Grande de ABC, sigue haciendo periodismo municipal con la misma independencia y seriedad como golpes de gracia protagonizó con su inseparable compadre Paco Navarro.

 

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