ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla, 30 de septiembre  de 2021
                               
 

La bóveda de La Esmeralda

Quisiera ahora tener la capacidad de evocación y la calidad literaria de Romero Murube cuando retrató a La Narda en su venta. Porque, ahora que ha muerto y que ha quedado como un icono de la transgresión valiente y reivindicadora, me acuerdo de La Esmeralda en su primitiva venta de la carretera de La Algaba, donde empezó su imperio de atrevimiento, de intencionada provocación, con su espectáculo de alta madrugada y miedo a que llegara la Social. Allí, en aquella modesta venta, comenzó el mito de "La Esmeralda y sus flamencas". Quizá fuese servidor el primero en escribir de ella en pleno franquismo, en la "Guía secreta de Sevilla", donde hasta la saqué retratada con sus flamencas: con la guapísima Soraya y con la almodovariana Tornillo. Cantaban popurrís de canciones de Juanita Reina cambiándoles le letra: "Con las bombas que tiran los fanfarrones,/ La Esmeralda y Soraya son...arquitectos". Y hacían corear a todo el público el "¡guerra, guerra, guerra!" de la canción. Sí, la de La Esmeralda era la guerra a los convencionalismos, a los tabúes, una ruptura en aquella Sevilla de La Patito, La Cheste, La Simona.

Disfrutaba con sus provocaciones. En aquella lejana venta de la madrugada golfa de Sevilla, lo que más le gustaba era sentarse sobre las rodillas de un señor que estuviese allí con su mujer, y dirigirle a ella las procacidades más atrevidas sobre la belleza del esposo. Nunca renegó de su libre opción en aquellos tiempos difíciles, en los que ella sola hizo por la libertad de opción sexual más que ahora muchas ONG de LGTBI. A Quintero en la tele y a Arbide en un corto les dijo su proclamación de la libertad con las palabras que repetir solía: «Yo no soy homosexual; yo soy maricón con acento en la o, que suena a bóveda». Bóveda y clave de reivindicación de quien empezó en el elenco de Marifé de Triana, planchándole las batas de cola, y terminó poniéndoselas ella, con sus flamencas, con sus casés de gasolinera con chistes de mnariquitas. Que no eran de tales, pero La Esmeralda los hacía más morbosos y provocadores con ese inicio: "Iba un mariquita..." Los que lo conocían y querían no lo llamaban Esmeralda, sino por su nombre de nacimiento, Alfonso: Alfonso Gamero Cruces. Más macareno que el tintinábulo, hasta caía en la irreverencia para alabar la belleza de su Esperanza, incluso comparando a otras vírgenes con botellines de la Cruz del Campo. Llegó a salir de nazareno. Luis León el capataz lo llamó al orden antes de la salida: "Alfonso, no vayas a dar el escándalo". Y cuando le cofradía estaba formándose, Alfonso se acercó a Luis León y, levantándose la túnica de merino, le enseñó que por debajo llevaba unas enaguas de flamenca con un pasacintas verde que decía "Viva la Esperanza Macarena". Así era Alfonso. Hasta se hizo empresario con su bodegón en la Feria: puso su paraíso junto a la calle del Infierno. Sevilla lo respetaba cuando más comprometida y arriesgada era su provocación. Y de gracia, toda la del mundo. Que las esmeraldas de las mariquillas de su Esperanza le den la luz perpetua al provocador y valiente Alfonso Gamero, precursor de libertades sexuales en un tiempo en que no las había.

 

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