ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla, 22 de noviembre  de 2021
                               
 

Las cadenas de la Catedral

Aunque la historia circulaba hace ya muchos años como un sucedido gracioso, me suena de todas, todas, a personaje secundario de una obra teatral de los Quintero. Era la de aquel cateto que, cuando la gente apenas salía de su pueblo más que para hacer la mili, había tenido que venir a Sevilla a hacer unas gestiones. Y cuando en su tertulia de la taberna del pueblo le preguntaron a su vuelta qué le había gustado más de la capital, dijo:

-- Er caserío de las caenas. ¡Madre, qué caserío!

¿Saben qué era "el caserío de las caenas"? Pues la Catedral y las cadenas que en los intercolumnios de sus gradas, altas y bajas, señalan el territorio de propiedad y fuero de la Iglesia y del Cabildo. Como a aquel hombre de pueblo no le enseñó Sevilla ninguno de esos guías espontáneos del paraguas que ahora explican la zona monumental a los turistas y se inventan cada trola (cuando no cada tergiversación ideológica de la Historia) que tiembla el misterio, el cateto no contó en el pueblo lo que hasta hace poco era popular leyenda sobre las cadenas de la Catedral, tan falsa como hermosa, cual todas les leyendas, que muchas veces son la Historia de la ciudad adornada por la media verónica de la poesía.

La leyenda popular, que cada vez se escucha menos, es que las cadenas de las columnas de la Catedral son las que los marineros montañeses del almirante Bonifaz rompieron en el río, junto a la Torre del Oro, y que impedían el paso de embarcaciones, dejando así despejado el Guadalquivir para el cerco de Sevilla por San Fernando, que acabó conquistándola el 23 de noviembre de 1248, día de San Clemente, que se conmemorará mañana en la Magna Hispalense con la procesión cívico-religiosa por últimas naves en la que los concejales y el alcalde portan el pendón fernandino y la espada Lobera del Santo Rey.

Las cadenas de la Catedral no son las que el 3 de mayo de 1248 la flota de Castilla mandada por el almirante Bonifaz y formada por marineros montañeses de la villa de Laredo arremetió contra los hierros que ataban el puente de barcas a la Torre del Oro, rompiéndolos y facilitando así el paso de los buques para el asedio que permitió la reconquista de Sevilla. Esas cadenas no están entre las columnas de la Catedral, en las que todos, de niños, hemos intentado columpiarnos. Ahora se ha sabido con todo rigor científico que esas cadenas musulmanas del río, con ochocientos años encima, se encuentran en la iglesia parroquial de Santa María de la Asunción de Laredo, donde los marineros montañeses las llevaron como trofeo de guerra y ahora sostienen la maqueta de un navío de época. Fecha y autenticidad demostradas por un estudio que el Ayuntamiento de Laredo ha encargado al departamento de Tecnología Mecánica y Arqueometalurgia de la Facultad de Química de la Complutense. Por eso en el escudo de Laredo, como en el de Santander, figura nuestra Torre del Oro. Menos mal que nosotros, en justa correspondencia, al menos llamamos Laredo al bar con la terraza de mejores vistas sobre la Catedral y la Giralda.

 

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