ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  16 de diciembre  de 2021
                               
 

Los naranjos florecían en bombillas

Si la verdadera patria del hombre es la infancia, el verdadero reloj y almanaque exactos en esa patria son la Navidad y los Reyes. No sé por qué, en la Plaza de San Francisco, al hacer el cateto bajo el árbol de luz más alto del mundo (aunque he decir en mi descargo que era con el sol fuera y que no dije "esto está presssioso"), me he acordado de aquellas iluminaciones navideñas de nuestra infancia. Medidas siempre por una distancia secreta que pocos sevillanos saben: la altura de las carrozas de la Cabalgata de Reyes. En Sevilla, cuando se ponen las iluminaciones de Navidad en el centro, tienen siempre en cuenta el recorrido de la Cabalgata. Es más: si se fijan, al comienzo de comitiva, con los coches de emergencia, antes de los lanceros a caballo de la Policía Nacional va un camión grúa por si tienen que alzar las iluminaciones para que las carrozas puedan pasar. Es como aquel tío de la caña que en Semana Santa se ponía en La Campana para levantar los cables del tranvía si estorbaban a algún paso de palio o a algún Crucificado. El tío levantaba los cables con su larga caña, pasaba el paso sin que rozara una perilla, y todos contentos, pues era lo más natural del mundo.

La Exposición Iberoamericana nos dejó muchas costumbres en Sevilla. Entre ellas, la forma de iluminar los monumentos. No se proyectaba la luz sobre ellos, como ahora, sino que en sus vanos y líneas de forjados se colocaban largas maderas con muchas bombillas adosadas a ellas y encendidas. Se encendían como las siluetas de los monumentos. Hasta que vinieron los focos estables, como cuando Florentino Pérez Embid, como director general de Bellas Artes, iluminó tantas torres y espadañas de Sevilla, incluso la Giralda, se vinieron utilizando aquellas filas de bombillitas que hacían como un alzado luminoso de la fachada del edificio.

Y en aquella época de carestías y Reyes que traían peponas de cartón y coches de lata y de cuerda, había una costumbre de iluminación del Ayuntamiento que era todos los años la misma. Era con esas tiras de bombillas que digo con las que se iluminaba la fachada y abajo, en el Andén, había algo muy clásico, que algunos recordarán. Se adornaban los naranjos con bombillas de colores. Eran como si hubieran fructificado en naranjitas de luces: amarillas, azules, rojas, verdes. Todo su simple, muy de las vacas flacas de la época. Y nada de buscar novedades de un año para otro: cada Navidad, las mismas bombillas florecían en los naranjos del Andén, como un azahar de luz, entre el humo de las castañas y los primeros globos de gas que vendían para los chiquillos. Porque los globos, hasta entonces, se levantaban con una cañita a la que el tío que los inflaba y vendía sujetaba con una diestra vuelta que le daba a la goma. Bajo las luces Led de ese cono gigantesco que dicen que antes estuvo en Milán y que pasa por el árbol de Navidad más alto de España, yo me he acordado de los globos de la cañita y de los naranjos del Andén con su azahar de las bombillitas de colores. No eran luces Led, pero éramos felices con nuestros abriguitos en aquella patria de nuestra infancia.

 

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