ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  17 de diciembre  de 2021
                               
 

El zapatero remendón

Tengo calificadas como género literario las esquelas mortuorias de ABC. Las que los antiguos llamaban "papeletas" (que siempre acaban tocándonos a todos). Las esquelas tienen mucho de historia de la ciudad por entregas, de nómina de hijos ilustres, de registro de cambio de costumbres y a veces llevan por dentro, si se leen críticamente, toda una novela de familias peleadas por aquella herencia que sale de refilón entre la letra de los nombres de los dolientes ausentes. Es toda una Sevilla que va desapareciendo la que sale en las esquelas, como una crónica de un tiempo que cada vez es menos nuestro. Y ha salido una de las que nos evocan una Sevilla ida, esa ciudad ante la que dice la copla que hemos cruzado los brazos y se nos va, para convertirnos en una gran urbe con grandes proyectos de futuro, pero con un gran desprecio a su pasado, que la hizo grande y universal. Esta esquela que comentar quiero no se refiere a un gran señor, ni a un excelentísimo, ni a un ilustrísimo, ni a nadie que tuviera una gran cruz de ninguna orden, ni encomienda o medalla de plata alguna. Pero tenía mucho en su vida: nada menos que Sevilla misma.

Es la esquela de don Ignacio Tello González, fallecido a los 93 años. Bajo su nombre, como el título de grandeza que realmente era, como la máxima nobleza del trabajo, orgullosamente, su viejo oficio, casi a punto de desaparición: "Zapatero Remendón". Aquello sí que era trabajo de reciclado, el del remendón del barrio con su taller en un hueco de escalera. Parece que los maestros de obras de aquella arquitectura popular sin arquitectos proyectaban el arranque de las escaleras en los zaguanes pensando en el rinconcito para el zapatero remendón, mínimo, con la pared decorada siempre con recortes de portadas de revistas de toros o con desplegables de equipos de fútbol, más la gran estampa del Gran Poder o de la Esperanza Macarena enmarcadas. ¿Cómo cabían los remendones, con todas sus herramientas, sus leznas, sus hilos, sus cerotes, sus hormas, y con los pares que ya habían arreglado o con los que esperaban sus manos milagrosas apilados en estantes, mínimos reductos del trabajo bien hecho? Tenían algo que va faltando: amor por su oficio. Aunque remendones y no zapateros a medida, tenían a orgullo su trabajo, y te enseñaban sus obras más complicadas con todo el arte que llevaban.

Ay, Sevilla de los remendones, de las medias suelas y de los tacones nuevos... Medias suelas de material, no como ahora, que son planchas de goma para pegar. Medias suelas cosidas con amor de obra de arte. Con aquellos mocasines viejos que les tenías tanto cariño por lo cómodos que eran, el remendón del barrio hacía milagros. Ahora el remendón no está en un hueco de escalera o en una mínima accesoria, y a su local le ha puesto "Clínica del Calzado". O tiene nombre extranjero: se llama Mister Minit y su hueco de escalera es un amplio mostrador del Cortinglés donde también te copia las llaves o te cambia las pilas del mando a distancia.

 

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