ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  5  de marzo  de 2022
                               
 

El absurdo aeropuerto

No me da miedo el avión. Me dan miedo los aeropuertos. Pánico. Las largas colas ante los mostradores de facturación, con los nervios de si esto va tan lento, seguro que pierdes tu avión. O las otras colas para pasar el control de seguridad, donde con un poco de suerte no has de descalzarte y te obligan a sacar todo archiperre electrónico que lleves y lo pongas en una bandeja aparte. Y quitarte el cinturón, y despojarte de las prendas de abrigo, que los encargados de la seguridad quieren a los pasajeros al machadiano modo: "desnudos, como los hijos de la mar". Y una vez que has pasado todos estos controles y te has vuelto a poner el cinturón y todo de lo que tuviste que despojarte, la dificultad de cargar con dos o tres bandejas de todo lo que has tenido que ir poniendo en la cinta transportadora del escáner de control. Ah, y si te hacen abrir la maleta que se lleva en cabina te dicen siempre que es un "control aleatorio". Qué mala suerte, siempre nos toca el control aleatorio, y con la hora encima, ¿a que perdemos el avión? Ay, aquellos tiempos anteriores al ataque a las Torres Gemelas, en que llegabas a tu mostrador de facturación, te daban tu tarjeta de embarque y para dentro sin más control ni más gaitas.

Y en el aeropuerto de Sevilla, además, antes de todo esto has debido de sufrir, si vas en coche propio, el problema de encontrar aparcamiento. Hay unos aparcamientos magníficos y casi siempre desiertos... reservados para las compañías de coches de alquiler. ¡Te dan unas ganas de que tu coche sea de Avis en vez de tuyo cuando ves vacíos aquellos sitios magníficos, tan cerca de la puerta de Salidas? Porque ir arrastrando maletas desde el aparcamiento al edificio de la terminal suele tener un andar, sobre todo si has de dejar el coche en la última planta, en una especie de azotea, que luego ni te acuerdas dónde lo has aparcado ni por dónde se sale por esas rampas de caracol que al llegar subiste con la hora encima diciéndote que perdías el avión.

Han reinaugurado el aeropuerto. Ha presidido el acto una señora ministra de las que no conocemos: la de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, que se llama Raquel Sánchez y que no le suena a nadie. No he ido a verlo terminado, pero últimamente nos ha costado 26 millones de euros remediar el desastre de aeropuerto que hizo Rafael Moneo. El más oscuro del mundo, en la tierra de mayor luminosidad. El que tiene unas salidas monumentales, como una gran mezquita de la arquitectura contemporánea y, en cambio, unas llegadas chungas impropias e indignas de Sevilla. El que no conoce el pasillo rodante de todos los aeropuertos del mundo; debe de ser un homenaje a San Fernando, un ratito a pie y otro andando buscando tu puerta, que siempre da la casualidad de que te toca la que está más lejos.

Y como no he ido todavía, no sé si continúa el absurdo de mantener cerrados los magníficos aparcamientos de la planta de Llegadas, mientras tienes que dejar el coche sabe Dios dónde. Según la ministra, lo reinaugurado el jueves es «el resultado final de una inversión continuada del aeropuerto de más de 80 millones en cinco años». Eso nos costó la bromita de Moneo por lucirse con su genialidad a costa de San Pablo en vísperas de la Expo.

 

 

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