ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  6  de marzo  de 2022
                               
 

Guerra sin ataúdes

Ahora cuentan que aquello fue terrible y casi inhumano: la soledad de los cadáveres de los primeros cientos de muertos por el coronavirus depositados en la morgue del Palacio del Hielo, sin nadie de su familia que los pudiera velar, sólo con la guardia de los soldados de la Unidad Militar de Emergencia que se habían brindado a no dejar solas a aquellas víctimas y acompañaron todas aquellas noches los ataúdes, quizá innominados. No sé si por un pacto tácito de apagón de féretros entre los medios informativos o por órdenes del Ministerio de la Salud, no nos dimos cuenta de la gravedad de los estragos que el coronavirus estaba haciendo entre la población ni los cientos de muertos que estaba causando en los hospitales porque no vimos ningún ataúd retratado o filmado en los medios informativos. Y no por eso dejó de tener gravedad y tragedia la situación, aunque no tuviéramos esos símbolos de la muerte unida a la pandemia en aquellas semanas espantosas de los estados de alerta.

Con la guerra de Ucrania está ocurriendo algo por el estilo. No sé si por decisión de los arriesgados, abnegados y heroicos corresponsales de guerra, o de los gobiernos de Moscú y de Kiev, o por un pacto no conocido entre los medios informativos, no estamos viendo ataúdes en esta guerra de Ucrania que ya ha producido cientos de muertos tanto en los invasores de una agresión injusta e injustificable y los valientes resistentes del Ejército ucraniano y de la población civil movilizada, que patrióticamente se enfrenta a los carros de combate con un simple fusil o un cóctel Molotov.

Los ataúdes de las guerras son un motor de la Historia que despiertan más conciencias aún que las más desoladoras imágenes de los ataques y de los bombardeos. En Estados Unidos, la oposición contra la guerra del Vietnam comenzó a tomar cuerpo de opinión pública cuando los norteamericanos empezaron a ver llegar aviones con los ataúdes de los soldados muertos. Pero en esta guerra no estamos viendo ataúdes, sólo cadáveres de soldados yacentes al pie de un carro de combate o entre las ruinas de un edificio bombardeado por la locura sin nombre de Putin. No nos damos cuenta de la gravedad de la guerra de Ucrania porque no estamos viendo los ataúdes de sus muertos, a pesar de la impagable labor, insisto, de esos corresponsales de guerra que en primera línea están sufriendo todos los rigores del conflicto y que frente a tanto "ucraniólogo de plató y estudio" nos traen la realidad de una locura incomprensible a estas alturas del siglo XXI. Nos decían que si Putin invadía Ucrania, sería una "guerra híbrida", digital, con las armas de los ciberataques y las noticias falsas. No ha sido así. Es un conflicto a la antigua usanza, con combates que muy bien podrían ser de la II Guerra Mundial. Esas sirenas de la madrugada que alertan de los bombardeos suenan antiguas, como los refugiados en los túneles del Metro nos recuerdan al Madrid de 1938 o al Leningrado de 1943. Los que no se ven son los ataúdes que desgraciadamente está llenando la locura de Putin.

 

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