ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  4 de abril  de 2022
                               
 

Incienso en los comercios

Lo he observado por el centro y por los barrios. Agostadas las flores de los naranjos por las lluvias y los cambios de temperaturas, sigue oliendo a Semana Santa de una forma única. Vas por la acera y de pronto te llega un penetrante, agradable, sentimental olor a incienso. No estás en la calle Córdoba, donde en los muros de la iglesia del Salvador tiene su puesto la familia Fiances. No es la calle Tetuán, donde en la esquina con Jovellanos se pone con su mesita el señor que lo vende y le hace la propaganda con el pregón de su olor. No estás en la Punta del Diamante, donde siempre huele a Miércoles Santo con el vendedor de la esquina de García de Vinuesa, donde estaba el Horno de San Buenaventura y ahora La Canasta. De ahí la sorpresa de ese olor a incienso, que cuando te viene esa maravilla no tienes a la vista ningún puesto callejero que lo venda. ¿Y saben qué es? Pues que cada vez más son los establecimientos que como ambientador, en vez de esencias de violetas o de lavanda, las de los palitos impregnados de ese líquido asomando por la ancha boca de un frasco de cristal, usan un pebetero de quemar incienso. Y el olor no sólo llena el comercio, que se dedica a actividades que no tienen nada que ver ni con las cofradías, sino que a lo mejor es una zapatería, o una tienda de ropa, y trasmina por toda la calle. Que, vamos, parece que va a venir de un momento a otro una cruz de guía y que sólo faltan los de las sillitas de los chinos esperándola.

Me encanta que se haya descubierto el incienso, tan nuestro, tan evocativo, tan reavivador de recuerdos, como ambientador. (Y hasta me permito hacer un divertimento literario sobre el incienso y nuestro Salvador, cuya Pasión y Muerte vamos a conmemorar. Los Reyes Magos llevaron oro, incienso y mirra al Niño Jesús en el portal de Belén. Lo del incienso era con segundas. Seguro que el incienso que le llevó Gaspar era para que lo quemara San José en la candela del portal de Belén y oliera a Sevilla, a Semana Santa; oliera a la presencia de aquel Niño Dios, ya hecho Hombre, en la ciudad.)

Pero me han contado "un hecho verídico" (que diría Gandía) con el incienso como ambientador que tiene toda la gracia. Desde tiempo inmemorial, a los americanos, por el parecido de sus túnicas y capiruchos, no hay quien les quite de la cabeza la relación entre los nazarenos blancos de La Paz, San Gonzalo, San Nicolás o El Dulce Nombre con los fanáticos reaccionarios asesinos del Ku Klux Klan. Resulta que el otro día entraron unos americanos en una tienda donde tenían puesto a quemar su incienso en un pebetero de los que hay con forma de nazareno, igual que otros imitan los hornos de La Cartuja. Y cuando se extasiaron con aquel maravilloso olor y vieron que el humo que lo expandía salía de un pebetero con forma de blanco nazareno de cerámica, dijeron, cautivados por la finura de la fragancia:

-- ¡Qué bien oler en Sevilla el Ku Klux Klan!

Suelten ustedes por mí la misma risotada que dio todo el personal de la tienda que los escuchó.

 

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