ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  4 de julio  de 2022
                               
 

Sandías de joyería

Si no corrieran estos malos tiempos de inflación, de subida del IPC, de los combustibles y de los transportes que padecemos, nadie habría sospechado que algo tan humilde y popular como la sandía hubiera alcanzado los honores de ser citada que en el Congreso de Diputados. Y así ha sido. Gabriel Rufián, el portavoz de ERC, ha sido el Defensor de la Sandía como existe el Defensor del Pueblo. Y le ha preguntado al presidente Sánchez "¿Sabe qué puede costar un melón hoy en este país hoy? 13 euros. ¿Una sandía? 12 euros. Señor presidente, en un país en el que el salario medio anual es de 16.300 euros, ¿cómo cree señor Sánchez que la gente puede llegar a comprar fruta en verano?".

Barata me parece la sandía que citaba Rufián. La sandía, la fresca sandía, la oronda sandía, la reluciente y romana sandía, gloria de nuestros campos, se ha convertido en un artículo de lujo. Si la sandía es gorda y lustrosa, muy llena, de muchos kilos, de las que nos gustan, de las que venían del mercado de entradores del Palenque de Los Palacios, puede llegar a costar veinte euros. La sandía es una joya este verano. Y crisis económica aparte, es lo que suele ocurrir con muchos alimentos. En materia de mariscos, nadie quería antes los gambones llamados "carabineros", y ahora son una exquisitez codiciadísima. Como las navajas. En Cádiz no aprecian a las navajas, que llaman "muergos", y usan como carnada para la pesca. Y vea usted lo que cuesta aquí en una marisquería un plato de navajas a la plancha. Como las bocas de la Isla, antes casi despreciadas, que llevaban en sus canastos los marisqueros como marisco barato, junto con los camarones de Coria, y que ahora cuestan algunas veces más que los langostinos.

Pero lo que me inquieta es la sandía de joyería de este verano. A esos precios, bien podrían ponerla en los escaparates de Abrines o de Shaw en lugar de los estantes de los supermercados. Cuando la sandía antes era fruta popularísima. Y baratísima. Por esta época de verano, Sevilla se llenaba de puestos callejeros de sandías, hechos de fortuna con unos palos y unas lonas, donde ofrecían pirámides de sandías baratísimas. Y había un pregón peculiar para atraer a los compradores:

--¡A la rica sandía! ¡Más barato que en el mato!

Así debe de ser ahora también: por la sandía en el mato no le pagan al agricultor lo que luego vale en el supermercado o en la frutería; es la cadena de distribución lo que encarece estas sandías-joya que, ¿saben una cosa? ¿A qué están mucho más buenas cuando sabemos que nos cuestan tan caras? A la sandía se la despreciaba, como a su compadre el melón, y ahora, carísima, es objeto de todos los deseos. Yo asocio la sandía a la Velá de Santa Ana, los trianeros en camiseta en los balcones comièndose a mordiscos sus tajadas de sandías y chorreándoles por la barbilla el dulce jugo. Ahora hay que aprovechar hasta el jugo, de lo caras que se han puesto las sandías. Ya no están más baratas que en el mato. Ya son un artículo de lujo, exquisito. Roma pura en el verano de Sevilla, mientras evocamos aquellos puestos callejeros de sandías, cuando nadie las apreciaba, más baratas que en el mato...

 

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