ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  3 de octubre  de 2022
                               
 

Aquella Escuela de Alfonso XII

Sin que Sevilla se haya movido de su sitio habitual de indolencias y dejadeces, América le ahora queda más lejos. Antes la teníamos en la memoria: fuimos "Puerto y Puerta de las Indias", base del descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo, y la Exposición Iberoamericana de 1929 fue como una afirmación en el americanismo de Sevilla. Donde tenemos un tesoro único, como el Archivo General de Indias, donde vienen investigadores de todo el mundo para conocer sus raíces. Prueba de esta vocación de Sevilla era la sección de Historia de América en la Facultad de Letras, donde se formaron investigadores durante décadas. Incompresiblemente, fue suprimida esa titulación de nuestra Universidad. América empezaba a quedar más lejos. Y eso que no se podían llevar el Archivo de Indias; que, si no, para qué te voy a contar.

No queda ahí la desventura de Sevilla con su pasado americano. El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), del que dependía, acaba de desmantelar una institución conexa con él desde 1942, en que lo fundó el inolvidable catedrático don Vicente Rodríguez Casado: la Escuela de Estudios Hispanoamericanos, de la calle Alfonso XII. Ya la académica e historiadora Enriqueta Vila ha comentado en estas páginas mejor que yo pueda hacerlo la importancia de la Escuela, su labor y la ilustrísima nómina de sus investigadores y colaboradores, de Juan Manzano a José Antonio Calderón Quijano, de Guillermo Céspedes del Castillo a Francisco Morales Padrón o Enrique Sánchez Pedrote. Allí se editaba la prestigiosa revista "Anuario de Estudios Americanos".

"La Escuela", a secas, como la conoció familiarmente la Sevilla americanista, era un interesante microcosmos, casi un mundo, un foco de cultura que los sevillanos veían al otro lado de las columnas con cadenas de fuero que marcaban su jardín en la calle Alfonso XII, que sonaba con sus altas palmeras a la América del Caribe. Era residencia de investigadores, que vivían en la Escuela y trabajaban en el Archivo de Indias. Un microcosmos perfecto. La Escuela tenía hasta su propia imprenta, completísima, donde su regente Maximino publicaba gran parte de los estudios que editaban los investigadores y colaboradores del Consejo que trabajaban en su biblioteca o allí tenían sus despachos.

Y estaba la Escuela abierta a la entonces apagada vida cultural de Sevilla con una entidad vocada a todos los aire nuevos de la pintura, la literatura, la música: el Club La Rábida. Desde su pequeño salón de actos, el Club La Rábida fue una gran contribución de la Escuela de Estudios Hispanomericanos al avance de la cultura de Sevilla. Allí funcionaron algún tiempo las Juventudes Musicales animadas por Julio García Casas y tuvieron cobijo grupos de pintores de vanguardia o tertulias de escritores y poetas en una ciudad aún muy apegada a lo tradicional. Pienso que en vez de tanto proyecto de futuro lanzado con tan buena voluntad, Sevilla debería afirmarse más en lo propio, y así no habría perdido ni Historia de América en la Universidad ni la Escuela de Estudios Hispanoamericanos en su mundo de la calle lfonso XII.

 

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