ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


ABC de Sevilla,  10 de octubre  de 2022
                               
 

Sillas en Sierpes

La Semana Santa, siempre la misma, siempre distinta, siempre tradicional, siempre tan apegada a las novelerías de los estrenos, tiene este año dos novedades que llaman la atención sobre cuanto se anuncia: la salida del Santo Entierro Grande y la reordenación de la carrera oficial en la calle Sierpes. "Vamos con la segunda", como dicen los jaleadores del baile por sevillanas. Vamos por Sierpes, donde el Consejo anuncia que va a quitar 1.100 sillas. Esto es como lo de las once mil vírgenes de Jardiel Poncela: ¿pero hubo alguna vez 1.100 sillas en la toda la calle Sierpes? Lo que nos asegura la medida, pensada hace mucho tiempo en la calle San Gregorio pero no puesta en práctica hasta ahora, es que va a haber 1.100 cabreados: 1.100 antiguos abonados que se quedarán sin su sitio de toda la vida, heredado quizá de los abuelos, y que será recolocados sabe Dios dónde, pero no donde estaban.

A mí la carrera oficial en la calle Sierpes me parece muy bien como está. Es más: yo la declaraba, tal cual, con esas 1.100 sillas sin quitar, patrimonio inmaterial de las tradiciones de la Semana Santa. La calle Sierpes tiene el interés de ser pura arqueología de cómo era antes la carrera oficial. Antes de que para la Expo del 92 se vallara toda y se dispusieran los pasillos posteriores de evacuación. Toda la carrera oficial era como ahora sigue siendo la calle Sierpes: los nazarenos pasaban ante la primera fila de sillas sin vallas ni colgaduras por medio. Y sin pasillos posteriores, esos que a mala leche tienen colocados unos paneles para que no se puedan ver desde allí los pasos y así no se detenga nadie en ellos.

Será nostalgia, pero la carrera oficial antigua era una maravilla. La Campana no tenía valla alguna, y podías estar abonado en el lado de Mac Donald y atravesarla para irte a tomar unas copitas en un bar de la calle Capataz Manuel Franco entre paso y paso. Se podía circular entre los nazarenos desde las sillas, y acercarse a los pasos, y era la delicia de los niños para pedir cera. Se podía andar para arriba y para abajo sin cierres, vallas ni controles de las tarjetas del abono.

Y la calle Sierpes, igual y hasta ahora sin cambios. Con todas las estrecheces propias, que los de la primera fila muchas veces tenían que plegar la silla de tijera para que pudieran discurrir los grandes pasos. Esto se ha mantenido hasta ahora así, y de ahí, nostalgias aparte, bolas de cera de niños aparte, lo que digo del interés arqueológico de esa organización en Sierpes de "las sillas", que es como hemos llamado aquí siempre al abono de la carrera oficial. Sierpes era un vivo testimonio único si alguien quería conocer cómo era la carrera oficial antes de 1992, cuando los abonos de las sillas no dependían del Consejo, sino que los subastaba el Ayuntamiento a los parcelistas, que anunciaban en sus mesas de venta el cartel muchos días antes del Domingo de Ramos: "Se abonan sillas en este sitio para toda la Semana Santa".

Así que adiós, sillas de Sierpes. Ya no podremos ver cómo era esto antes del 92, cuando la Semana Santa, íntima, no había perdido los cánones ni las medidas, ni la masificación era un problema que requiere un desplieguie y una logística de seguridad que, vamos, ni el desembarco de Normandía.

 

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