CUENTAN
las crónicas que el día que murió San Fernando, un 30
de mayo de 1252, olían como nunca los jardines del
Alcázar. Cuentan las crónicas que fue enterrado entre
ricas telas arabigoandaluzas, y que en su tumba pusieron
un epitafio en todas las lenguas de aquellas culturas
que había hecho coexistir en Sevilla. Por sevillano
universal lo tengo, que lleva en la mano la espada
desnuda, para que nadie se le suba a las barbas, y en la
otra, la bola del mundo. Y por europeo lo tengo. San
Fernando ha tenido en unos años muy mala prensa. En la
fiesta de moros y cristianos en que algunos quisieron
convertir la historia de Andalucía, haciendo una burda
caricatura, San Fernando era el invasor, el que mandó a
las islas de Guadalquivir a los moros que no se
quisieron ir. Teníamos una visión de la Andalucía de
don Emilio García Gómez similar a las chirimías de
los regulares en las cabalgatas de Reyes Magos, y en
esta visión habíamos convertido a San Fernando en
Guerrero del Antifaz, pero en clase de mato de la
película. Nada más incierto acerca de la obra de aquel
rey de Castilla que acercó Andalucía a Europa y que
nos enseñó a los sevillanos a acrisolar culturas.
Si me cabía alguna duda de la
sevillanidad de San Fernando acabo de tener la máxima
confirmación. En Sevilla siempre tuvieron mucha fama
los catedráticos de Medicina de Cádiz. La gente sigue
yendo a un médico de niños, a un otorrino de Cádiz. Y
San Fernando, desde su urna de plata, es tan sevillano
que se ha puesto en manos de un médico de Cádiz. De un
humanista médico de Cádiz, el catedrático de Medicina
Legal, profesor don José Luis Romero Palanco, que es
magnífico... Magnífico y excelentísimo señor rector
de aquella Universidad, quiero decir.
Porque tan vivo está San Fernando en
su cuerpo incorrupto, aquel del olor de flores del
Alcázar en una tarde de mayo, que hay un médico
gaditano muy preocupado por su estado. Es como si el
profesor Romero Palanco le dijera a San Fernando, que ve
cómo pasa la gloria del mundo desde la plata de su
urna:
--Tiene Su Alteza que cuidarse...
Porque San Fernando corre peligro de
una segunda muerte. Carlos Ros, buscador de secretos de
Sevilla, alertó de este riesgo. Me resisto a escribir
la palabra, pero su médico así la Dama. La palabra es
momia y la realidad es que la momia de San Fernando
corre inminente riesgo de destrucción. El profesor
Romero Palanco me lo dijo ayer con palabras claras y
científicas:
Sobre el cuerpo de San Fernando se
está originando un deterioro originado por las que
Megnin llamó «las cuadrillas de obreros de la
muerte». Son oleadas de insectos que actúan sobre los
cadáveres y que atacan los tejidos momificados. Son
microlepidópteros parecidos a la polilla, de dos
géneros, la Aglossa y la Tineola. Y además, San
Fernando sufre el ataque de un coleóptero, el Anthrenus
Museorum, cuyos huevos y larvas lo están destruyendo.
Y cuando le pregunté al médico de
San Fernando si hay riesgo de que nos quedemos sin
cuerpo del Santo Conquistador en su urna de plata en
caso de que no se actúe urgentemente sobre este tesoro
del patrimonio religioso y sentimental de Sevilla, me
dijo una frase que, viniendo de Cádiz, parecía como la
media verónica final de un artículo de don José
María Pemán:
--Las momias no son eternas...
Ahí queda eso. O como dicen los capataces cuando
tocan el martillo para arriar por parejo: ahí quedó.
Yo ahora oigo los tambores del Regimiento de Ingenieros
que están tocando la Marcha Real en honor de
nuestro San Fernando. Abren la cortinilla y
aparece la Sevilla de Valdés Leal. Ni las momias son
eternas. «Ni más ni menos».
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