TODOS
los años, por estas fechas, el recuadro se pone por la
noche a tomar el fresco en Triana, en la orilla del río, y
los recuerdos se lo llevan solo a Sanlúcar, Guadalquivir
abajo. Es una cita obligada, ¿pero es con Sanlúcar o es
con Sevilla? Cada vez me gusta más Sanlúcar...
--No dirás que te ha convencido Borbolla...
No, me ha convencido Sanlúcar misma, me
ha convencido el atún mechado de Casa Martínez, me han
convencido las ortiguillas fritas de Balbino, de las que te
queda una única duda, si se escriben con hache, como pone
en la pizarra de las tapas, o si es sin hache. ¿Qué más
da? Las ortiguillas fritas están tan buenas que dan ganas
de comerse de ellas hasta las haches, cosa que hago, como
verán, recordando ese sabor de media marea que traen sobre
el mostrador. Y me ha convencido siempre en Sanlúcar el
cazón en amarillo que pone Ruperto en Bajo de Guía, si ese
día no ha cogido el portante y la media manta y se ha ido
con la barca y con sus hijos a la
casa del otro lado del río, allá por las gaviotas
de Punta Zalabar.
Sanlúcar convence a cualquiera. Sobre su
paisaje de araucarias y buganvillas, de conventos y
miradores, es una Sevilla soñada. Si Sevilla tuviera mar,
sería Sanlúcar. ¿Si Sevilla tuviera mar sería Sanlúcar,
tú lo dudas, sevillano de poca fe? No, Sevilla tiene mar, y
es Sanlúcar, tornapuntas en el balcón de la Plaza del
Cabildo, cal en la calle de la Bolsa, paso de la Virgen de
la Caridad, viejos olores de los tabancos, recuerdos que van
y vienen de cargadores de Indias y de flotas que se van para
Veracruz y Portobello después de haber enamorado a esta
muchacha que pasa en el atardecer.
Venid, vamos a la Plaza del Cabildo,
comiéndonos un helado con flores de lis de los que hace
Pepe Bornay. Mirad esa vela del Ateneo Sanluqueño. No
hacía falta que allí frente pusieran la placa en memoria
de Manuel Barrios Masero. El mejor homenaje a Barrios Masero
y a sus poemas de la manzanilla, que le salían todos de su
enorme, roja, nariz de Baco del Guadalquivir, es la luz
tamizada que da esta vela de la terraza del Ateneo. Mirad
estos hombres aquí sentados. Mirad ese otro, que es otro
homenaje vivo, a Manolo Barbadillo. Como él, lleva, a la
sanluqueña, abrochada hasta el último botón la camisa sin
corbata. ¿Son de los Puertos estos tipos? No, son de
Sevilla. ¿Cuántas calles Sierpes, cuántas calles Dados,
cuántas calles Reginas hay en Sanlúcar? Yo ahora os
acompañaría y os las iría diciendo, convento por
convento, iglesia por iglesia. Son muchos siglos de subir la
marea como para que Sevilla no se acabara bajando con lo
mejor que tiene a Sanlúcar.
Y luego, esa letanía lauretana de la
manzanilla, en sus misterios gozosos. ¿La habéis escuchado
en cualquier bar? Hacedlo un día. Preguntad a un camarero
qué manzanilla os pueden servir y os irán recitando sus
marcas como un santoral, como una salmodia litúrgica:
--San León, Los 48, La Gitana, La Goya, Solear, La
Guita, Lola, Alegría...
Ligera o pasada. Como la manzanilla, así es Sanlúcar.
Ligera de aire, de brisa, de la marea que viene y va por el
río. Pasada de historia, de retablos, de olores hondos de
las botas. Jesús de las Cuevas citaba la mejor definición
que se diera de la manzanilla, que no podía deberse sino a
don José María Pemán: «La manzanilla es el jerez vestido
de marinerito». Sanlúcar es también un poco Sevilla
vestida de marinerito, como para hacer la primera comunión
con las raíces de galeón y mercader de su historia. Por
eso digo que en estas noches de verano, el recuadro se pone
a tomar el fresco en Triana y sueña con Sanlúcar. Siente
que Sevilla tiene mar, y que esa certeza de Sevilla con mar
se llama Sanlúcar.
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