Ha
muerto el último andaluz que le guardó luto a su caballo.
Se llamaba Manuel Halcón. Era un patricio romano de la
Bética. Le salía la elegancia de los adentros de un alma
de ánfora de aceite encontrada por la orilla
guadalquevireña de Lebrija.
Aquel invierno había venido por última
vez don Manuel Halcón a Sevilla. Siempre buscaba un
pretexto para no encontrarse con la nostalgia de una casa
que e ya no existía, de una calle que derribaron. «No,
ahora no, que hace mucha calor, cuando llegue el invierno»,
nos decía cuando lo animábamos a venir por el verano. Para
lo mismo responder mañana: «No, ahora hace mucha humedad,
y con estos fríos ... », nos decía cuando el invierno
había llegado. Sevilla era como esa nostalgia rehuida. Por
eso fue una suerte aquel último invierno de sol que lo
tuvimos aquí, como un personaje de sí mismo: el marqués
de Villar de Tajo paraba en casa de la que fue su criada de
toda la vida. Pocos igualaron de tal modo, en sus libros y
en sus actos, vida y pensamientos. Y en aquel invierno me
encontré un día a don Manuel que entraba en el Hotel
Alfonso XIII con su breve sombrero flexible de
fieltro verde, con su traje de franela gris, calzando bajo
los pantalones tan de hombre unos botos camperos. Bromeamos:
--Compadre, usted siempre parece salido
de sus novelas...
Y me contó la historia de aquel dolor.
Como todas la primeras mañanas de su reencuentro con
Sevilla, había ido al campo. Manuel Halcón en el campo
andaluz: venid, pintores a pintar el cuadro. Había llegado
al cortijo y con esos andares tan jirochos que no encorvaron
los años y que a muchas hembras enamoraron, se fue derecho
para los boxes, pero no estaba su caballo. Su caballo
había muerto, de viejo, y nadie en el cortijo ni en la
familia se había atrevido a dar la noticia a don Manuel. Y
había una profunda pena en aquel gran señor del campo de
Andalucía y de la literatura de su tierra, cuando entre
bromas le señalé los botos de montar sobre las alfombras
del Hotel Alfonso XIII, y me dijo:
--Es que le estoy guardando tres días de
luto a mi caballo...
En esta tarde de julio en que están
secas y vacías las torrenteras, y en que las rastrojeras
arden por un horizonte azul de garrochistas imposibles y de
alazanes tostados, ¿quién le guarda ahora luto al último
andaluz que guardó luto por su caballo? Ha terminado
redonda y distante la gran novela de la vida de Manuel
Halcón, sobrado de sentimientos y de dones literarios.
¿Quién en nuestros campos le guarda luto? Por las largas
colas de los tractores que arrastran los remolques olorosos
de la remolacha, sopla el solano; y no es muerte, sino
calurosa vida del verano andaluz la que trae. No guarda luto
el regajo, ni el poyete del caserío, ni la yegua amaneada
en el cerrado. Hay un ruido de máquinas que escriben las
nuevas aventuras de Juan Lucas, un silencio de andanas donde
las botas envejecen la gran borrachera, una campana que
suena y que desde la cal de una espadaña nos está hablando
del buen ánimo de un novelista andaluz que quiso a su
tierra como una lejana novia imposible que se hubiera casado
con otro.
En esta tarde de julio, de tanta calor,
compadre, de tantísima calor, compadre don Manuel Halcón,
yo cojo un cubo de agua fresca de lo más hondo de un pozo
romano de Lebrija, y riego la puerta de una humilde casa de
gañanía, y le ofrezco un asiento en este poyete
blanqueado; siéntese usted aquí, compadre don Manuel, oiga
usted este silencio que se va levantando en el campo, que ya
se pone violeta el horizonte y va a saltar la marea. Escuche
usted este silencio del campo andaluz, compadre don Manuel
Halcón, que el campo le guarda luto al último andaluz que
guardó luto por su caballo.
Sobre
Manuel Halcón, en El Redcuadro, "Cabo de año de
Manuel Halcón"
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