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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3103 - 22 de enero del 2004                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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Que conste que esta temporada no me ha dado por los Alvaros. Lo digo por el título, cuando la otra semana el texto de esta sección era sobre "Alvaro y Miguel". Entonces la titulación tenía algo de intriga. Sólo leyendo el texto se sabía que iba sobre las andanzas y venturas de Alvaro de Marichalar, nuestro navegante, y las nuevas rutas de Miguel de la Quadra Salcedo, nuestro descubridor del Siglo de Oro en los umbrales del XXI. Ahora no hay pérdida en materia de Alvaros: así, en doblete, es evidente que no va por Alvaro Mutis, ni por Alvaro Siza, ni por Alvaro Cunquiero, ni por Alvaro Uribe, ni por aquel Don Alvaro que era la fuerza del sino para el Duque de Rivas. Don Alvaro y Alvarito juntos, toreando a caballo y por colleras el toro de la vida, de la felicidad y de la desgracia, de los sentimientos de la familia y de la fe cristiana, no pueden ser más que los Domecq. Leo en el "¡HOLA!" el reportaje familiar de nietos rejoneadores y bisnietos, y me encanta la forma en que son mencionados: Don Alvaro y Alvarito. Es como los llama la España del caballo, la España del toro, la España del señorío andaluz. He dicho "señorío", que conste. Cuando he escrito la palabra, no se le ha caído ninguna T por el camino. Que los señoritos son otra cosa. Los señoritos son los que dieron el pelotazo con sus influencias políticas y ahora se pegan la gran vida sin crear riqueza y sin crear belleza. Llamar "señorito" a Alvarito o a Don Alvaro es como llamar "pintorcito" a cualquiera de los dos Antonios de nuestras Bellas Artes, a Antonio López o a Antonio Tapies.

En el reportaje, Alvarito sale como Alvarito y Don Alvaro, como Don Alvaro. El diminutivo en el primero y el don de la maestría de la vida en el otro vienen a ser como los segundos apellidos. Se escribe Alvaro Domecq Romero, pero se pronuncia Alvarito; se escribe Alvaro Domecq y Díez, pero se pronuncia Don Alvaro. Lo de Alvarito es enternecedor. Alvarito tiene ya una edad. Alvarito es de la cosecha del 43, como quien escribe. Quien no esté en las claves de España y Jerez y oiga que se refieren a Alvarito, creerá que es un niño de segundo de ESO. Y Alvarito pertenece a la generación de los sesentones que hemos conocido ya tantos planes de estudio desde que aprobamos Cuarto y Reválida, que no sabemos a qué equivale el segundo de ESO, ni lo otro de la EGB. Alvarito es un señor como un castillo, como el que hay en los altos montes de Los Alburejos, donde pastan los toros de la casa, o como una andana de botas en la nueva bodega familiar con la que los Domecq siguen poniendo su nombre a un fino que allí no se ha hecho en absoluto multinacional, sino bastante nacional del "viva España y Jerez".

Cómo será esto de Alvarito y Don Alvaro como imagen de los Domecq a escala mundial, que Carmen Madrazo, una común amiga, ganadera de México, me puso un mensaje diciéndome:

-- Llama de mi parte a Alvarito para interesarte por Don Alvaro, porque leí en un periódico del D. F. que lo han operado.

Y llamé a Alvarito. Y me dijo que, en efecto, habían operado a Don Alvaro, pero que Don Alvaro, con su cabeza privilegiada, con su corazón a prueba de las mayores desgracias familiares, estaba saliendo adelante tras este arreón y parada de su vida. Don Alvaro siempre gana estas partidas. Son para él como partidas de dominó en la sobremesa de su casa de Los Alburejos. Hace unos años le dio un arrechucho importante en el corazón y todos temían por su vida. Le dediqué entonces un artículo dándole ánimos, que titulé con la hora que siempre marca el reloj del estilo de su hospitalidad cuando da la copa del aperitivo en su casa: "a La Ina en punto". Algún poder terapéutico tendría aquel artículo, porque Alvarito se lo leyó en la UCI donde estaba y al poco tiempo Don Alvaro salió de ella, y pudimos verlo días después en su barrera de la plaza de Sevilla, con ese sombrero de ala ancha que pocos pueden llevar de modo que le siente tan bien. Caer bien a caballo y que le caiga a uno bien el sombrero de ala ancha, siendo ambas tan difíciles cuestiones, son facilísimas cuando se trata de Don Alvaro, el caballero en plaza y ganadero de Torrestrella, o de Alvarito, el creador de la Real Escuela de Arte Ecuestre de Jerez.

Ahora, con este artículo, sé que le estoy enviando otra caja de medicinas del alma a Don Alvaro, y sé que el mancebo de la botica literaria que se la acercará será Alvarito, un caso poco común de amor filial en este mundo de desapego por los padres. La dosis es la misma de entonces. Sigo teniendo la certeza de que don Alvaro, señor donde los haya, acabará ganando también esta partida. Y que el reloj de los ritos del campo andaluz que ejerce como sumo sacerdote del señorío seguirá marcando La Ina en punto del brindis de su copa, muchos nuevos años.

Sobre don Alvaro Domecq, en El RedCuadro:

Don Alvaro a La Ina en punto      

Don Alvaro 

Los caballos ciegos de Domecq  

Casarse con una Domecq

 

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