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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3109 - 4 de marzo del 2004                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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Tanto están proliferando las tiendas de "gourmets", que no sé por qué no españolizamos la voz francesa de las exquisiteces y la escribimos tal como suena, "gurmé", como ponemos otras voces de origen galo, chalé o carné. En los grandes almacenes, en las grandes superficies, en la esquina del barrio, la tienda de las maravillas de latas y de embutidos, de botellas y de frutas, con ese sentido como de privilegio para pocos que siempre tienen estas delicias, en las que no miramos nunca el precio, sino la exclusividad. Son los clientes habituales de las tiendas de exquisiteces como devotísimos profesos de una religión, con fervor de conversos, que a todos quieren convencer de sus buenas nuevas. Usted lo habrá escuchado muchas veces al amigo que ha descubierto el no va más en una de estas tiendas:

-- ¿Te gusta la mojama?

-- Sí, la he tomado algunas veces...

-- Pues si te gusta la mojama, vas a ir a una tienda de exquisiteces que he descubierto, donde tienen la menor mojama del mundo. No estas mojamas como industriales que te ponen por ahí, no. Las traen de una fabrica artesanal, con una producción cortísima, y cada mojama es una maravilla. Cuando la pruebes verás que no se parece en nada a lo que habías tomado antes.

Y quien dice los fervorosos propagandistas de la mojama puede hablar de los defensores de determinado vino de cierta zona con denominación de origen, cuyas excelencias sobreponen a las más conocidas. O de los aceites. En la aceitera España estamos gracias a Dios conociendo toda una cultura del aceite, ya no se compra aceite sin más, sino que se mira el apropiado para la ensalada, y se distingue entre el sabor de la hojiblanca y la picual, entre la arbequina y la manzanilla.

Pero nada como el jamón. El Ministerio de Economía y Hacienda, junto a los datos del PIB y de la renta familiar, debería divulgar como indicador de la prosperidad económica lo que sabemos los españoles de jamón. Pata negra, por descontado. Serrano de bellota, desde luego. De Guijuelo o de la sierra de Huelva, pero sin conocer estabulación ni pienso compuesto. De recebo, lo mínimo. Con lo que verdaderamente somos exigentes los españoles es con el jamón. El español, poco aficionado al libro de reclamaciones ni a las protestas por la calidad en el servicio, parece que todos sus deseos de perfección los emplea con el jamón. Estás en la carretera, paras en una gasolinera o en una venta para tomar café y ves que al lado otro viajero pide un bocadillo de jamón. Y ese español que no pone la menor pega a la cerveza que le sirvan o a la copa de Rioja, se vuelve exigentísimo en punto a jamón:

-- A mí me vas a poner un bocadillo de jamón. Pero a ver el jamón que me vas a poner, ¿eh?

Lo más probable es que ese bocadillo de jamón, un simple y modesto bocadillo de jamón, vaya devuelto a los corrales de la cafetería de carretera:

-- Este jamón está seco, y además que no es serrano de bellota de pata negra.

El camarero, el pobre, se va para el anaquel donde está el jamonero y se lo enseña al cliente, con toda su paciencia:

-- Mire usted, es el que estamos poniendo y nadie se ha quejado, lo hemos abierto esta mañana, mire usted qué buen corte tiene...

-- ¡Pues este jamón no está en condiciones!

Y si esto es en una simple venta de carretera, nada digo del restaurante lujoso. He visto devolver raciones de jamón "al centro" (siempre "al centro", como Adolfo Suárez) porque tenían poco brillo, o excesivo brillo, o porque tenían poco tocino, o demasiado. O porque las fibras del músculo del cerdo no complacían al exigentísimo experto en Jabugo.

Todo se nos va en estas tonterías. Ese mismo españolito que echa atrás una ración de jamón por falta de trapío, no protesta en cambio cuando le cobran un fortunón por una reparación casera de fontanería que además no le soluciona el problema del cuarto de baño. O cuando el coche que ha comprado viene con un defecto de fábrica que le hace incluso peligrar en su seguridad. Compramos pisos archimillonartios con pinturas defectuosas y portaje que no cierra, pero no protestamos. Nos alojamos en habitaciones de hoteles totalmente inadecuadas a lo caro que nos cobran por ellas, y ni chistamos. Nos engaña el que viene a arreglar la antena de televisión, el que hace la reparación de la caldera del agua caliente, pero no protestamos y lo aceptamos todo con resignación de cordero camino del matadero. Toda nuestra capacidad de protesta se nos va inútilmente en el jamón, ya sea en ración, ya sea en bocadillo. España funcionaría perfectamente y esto sería Suecia y Alemania juntas si los españoles aplicaran a todos los ámbitos de la vida las mismas exigencias que a un simple plato de jamón.

Sobre el jamón, en El RedCuadro :

El Nasdaq Jabugo 

¡Viva el cerdo libre!

El jamotrón

 

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