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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3116 - 23 de abril del 2004                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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Gatos sin Fronteras", nuevo libro de Antonio Burgos
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En el altar mayor de la iglesia, un dorado retablo barroco. Sobre el mármol del crucero, algo tan serio como un ataúd en tierra. En cola, desfilando ante la caja, los nietos de las abuelas que les dedicaron por la radio "Mi primera comunión" cuando la hicieron de blancos marineritos condecorados con una mancha del chocolate del desayuno. Los hijos de las madres que lloraban en los años 60, cuando desde el duro trabajo de Munich, de Hamburgo, de Ginebra, oían en una taberna de españoles "El emigrante".

Habían llevado el muerto cuerpo diminuto, el de los ojitos achinados, el del eterno sombrero de ala ancha, el cuerpo pequeño de un artista tan grande como el excelentísimo señor Don Juan Valderrama Blanca, nuestro Juanito Valderrama, hasta la capilla ardiente en la iglesia sevillana de San Luis de los Franceses. Muy cerca por cierto de la Macarena, de la basílica de la Esperanza, una Virgen de sus amores, otra advocación, pero la misma que la Asunción de Cantillana, a la que hizo universal con el verso de una copla en el que le rezaba "a Aquella que está en San Gil".

Los que se emocionaron con sus cantes y con sus coplas, los españoles para los que su voz fue el sepia de la banda sonora de los sentimientos, de las peonas y de las alegrías, iban a decirle adiós a Juanito Valderrama. ¿O era al revés? Sí, quizá fuera al revés. Quizá Juanito, tan buena gente, tan gran cantaor, tan gran padre de familia, tan buen hombre, nos estaba cantando en el silencio de la memoria:

Adiós, mi España quería

muy dentro del alma

te llevo metía...

En un banco del crucero, la familia de Juan Valderrama. Sus hijos. Ese Juan Antonio, artista como él, que se ha puesto el solo nombre de Valderrama y que tiene su misma voz cuando canta sus coplas antiguas o sus versos nuevos. Los hijos mayores, Juana, Juan, los que conocieron las fatigas que pasó un padre artista en los años de hambre y de postguerra, de vagones de tercera en trenes de vapor, de fondas de pueblo con agua helada en los palanganeros, de actuaciones sin altavoces y sin micrófonos por los cines de verano de los pueblos, por las plazas de toros. Y su mujer, su amor, su vida: Dolores. Dolores Abril. Aquella a la que conoció hace cincuenta años, a la puerta del Teatro Calderón de Madrid, y con la que se casó rompiendo todas las convenciones sociales de su época, en una España sin divorcio y sin anulaciones. Sí, ahora que lo pienso, hubo una anulación, aparte de la canónica: la generosa anulación de Dolores Abril, grandísima intérprete de la copla, que renunció a su carrera para entregar su vida a la mayor honra y gloria de Juanito Valderrama. Dolores Abril, que empezó cantando con su Juanito los fandangos del desafío de aquellas "Peleas en broma" que el público le pedía que repitiesen y repitiesen, donde se llamaban de todo menos bonitos, renuncio con los años a su propia carrera de artista para convertirse en vestal del templo de un mito de la canción y del flamenco, de un grandísimo cantaor que grabó tres memorables antologías y que fue estrictamente el primer cantautor que hubo en España, al escribir sus propias letras de "La primera comunión". "El emigrante", "De polizón" y tantísimas otras.

Cuando me acerqué en la iglesia de San Luis a dar un beso a Dolores Abril delante del cuerpo sin vida pero con tanta memoria de España de Juanito Valderrama, vi que tenía en la solapa de su traje negro un rojo corazón de oro con una gaviota. Se lo dieron a los dos el año pasado. En Cádiz tenía que ser. En Cádiz, la peña "La Gaviota", cada año, en el día de San Valentín, entrega este premio en forma de corazón a dos enamorados maduros, que se hayan pasado toda una vida juntos, queriéndose, aguantándose y admirándose en torno a unos hijos. Como Juanito y Dolores. Ni el mejor lazo de dama de Isabel la Católica luciría mejor en el pecho de artista de Dolores Abril que este corazón de oro, que fue el corazón que le entregó durante toda una vida, durante todo un amor, a Juanito.

Bendita y gloriosa excepción Juanito y Dolores de este tiempo tumultuoso en que los artistas alcanzan popularidad por maltratar a sus mujeres, por abandonarlas, por no pasarles la pensión alimenticia. Juanito y Dolores fueron justamente el reverso de esta lamentable moneda de curso legal. A Juanito se le caía la baba hablando de Dolores como artista y como mujer, y Dolores no hizo en toda su vida otra cosa que rendir homenaje al maestro, silenciando su voz de cantante y hablando como madre y como esposa. Si Dolores se ha quedado sola, le queda para acompañarla todo un pueblo, "adiós, mi España querida", al que Juanito, su amor, le puso la voz sepia de la memoria con sus coplas.

Sobre Juanito Valderrama, en este sitio

Aquella España de Juanito Valderrama, (fragmento de sus memorias, por Antonio Burgos)

Juanito Valderrama, una vida de copla

Juanito Valderrama, las llaves del cante

Juanito Valderrama "Mi España querida"

Juanito Valderrama, verdadero viento del pueblo andaluz

Juanito Valderrama, cante y coplas

Don Juan Valderrama

 

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