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Domingo, 31 de octubre de 1999

Antonio Burgos: Jazminez en el ojal

 

No sé qué ponerme


COMO CARMEN RECIBIÓ HACE YA un mes la invitación de la boda de esta tarde, el viernes se fue al vestidor, abrió las puertas correderas de espejos, miró los trajes, los vestidos, los camiseritos simpáticos, las blusas, las faldas, y llegó a una de las más terribles conclusiones a las que puede llegar una mujer, más cruel cuanto más almacigados de perchas están sus roperos: "No sé qué ponerme". Tras lo cual pasó a una segunda fase de esta turbación, que es cuando desde la desolación una mujer llega a la más profunda duda y se la confiesa sin rodeos a la más íntima amiga: "¿Qué te vas a poner?" Carmen se lo preguntó a Cristina. Cristina tampoco sabía que ponerse, porque si bien la boda era por la mañana y de sombrero clarísimo, luego el almuerzo se celebraba en el campo, en la casa del cortijo de los padres de ella, que son ganaderos, que le compraron la obligada punta de vacas a Juan Pedro Domecq y los sementales de reglamento a Borja Domecq y a Alvaro Domecq, tras lo cual están contentísimos, presumiendo de hierro porque han lidiado una corrida de rejones en una portátil de la provincia de Jaén.

--- Si el almuerzo de la boda se celebraba en el campo, yo con sombrero al campo no voy, Carmen, porque luego es una lata tener que quitártelo en el coche y salir despeinada, sin tener dónde arreglarte...

No sé al final cómo habrán arreglado sus cuitas Carmen y Cristina. Sí sé cómo las han arreglado Gonzalo, el marido de Carmen, y Luis, el marido de Cristina. Los dos, Luis y Gonzalo, tienen en la boda de esta tarde un papel mucho más importante que ellas dos juntas. Como compañeros del padre en la Unión de Criadores de Toros de Lidia (anda que no presume de Unión ni nada el padre de la novia), los dos van de testigos. Por eso ni se les ha pasado por la imaginación en ningún momento la menor sombra de duda. Gonzalo no ha tenido que abrir su armario de trajes (del sastre del Rey todos, naturalmente, como marca la tabla), ni Luis ha sentido ni un segundo de cavilación. De "no sé qué ponerme", nada. Y de "¿qué te vas a poner?", menos todavía. Los dos saben que tienen que tirar de chaqué y punto. Se acabó la presente historia. Una duda, quizá, sobre el chaleco: si gris, si de gamuza, porque los dos saben que el chaleco negro con un chaqué (y más si tiene filito blanco de ribete) es una cursilada que no la usan ya ni los cobradores del frac. Una duda, quizá, sobre la corbata: si de topos blancos con fondo negro, si rosa quizá, si coloradita. Pero, desde luego, lo que se llama una corbata simpática, nada de corbatas gris perla con el chaqué, y menos todavía de perla en el alfiler que la sujete.

Los hombres le debemos un homenaje al inventor del chaqué. No hay nada como lo de toda la vida para vivirla sin preocupaciones. Si hubiera una versión femenina del chaqué, un traje ritual y convencional de ceremonias para señoras, cuántas preocupaciones nos ahorraríamos... Los modistos, claro, y las boutiques, iban todos directamente al paro, a la Oficina de Empleo más cercana. Pero se acababa el tormento del "no sé qué ponerme" y del "¿tú qué te vas a poner?". Así se evitaba ese momento trágico en que a una señora en una boda puede que le dé el infarto, o el derrame cerebral. Cuando llega a la iglesia, están allí todos en la puerta esperando a los novios, y con horror y estupor comprueba que Isabel también fue a Tony Benítez a hacerse el traje para la boda. Eso ocurre en las mejores familias, que todos vayan a Tony Benítez, que viste a la Infanta y a la Reina. Pero lo que no podía imaginar es que Tony Benítez le hubiera hecho un traje ¡exactamente igual que el suyo! En el mismo color, en el mismo tono:

-- No hay derecho. Pero anda que mañana Tony Benítez me va a oír...

Nosotros los hombres no tenemos esa zozobra. Sabemos que acertamos precisamente por el camino contrario. Si vamos de chaleco color gamuza con el chaqué, cuantos más testigos haya con chaleco color gamuza más estaremos absueltos del pecado de esnobismo. Si vamos con corbata simpática de tono rosa, cuantas mas corbatas simpáticas de tonos rosas haya nos convenceremos de que no somos unos extravagantes. Tendríamos que convocar un homenaje nacional al inventor del chaqué, por la de preocupaciones que nos quita de encima. Editar por lo menos un libro-homenaje con la historia de la socorrida prenda. Como los toreros agradecidos alzaron un monumento al Doctor Fleming ante la plaza de Las Ventas, podríamos, no sé, erigir una estatua a la puerta de la iglesia de Los Jerónimos de Madrid, ante la Colegial de Jerez, colocarle quizá una placa conmemorativa en las rejas floridas de la Capilla Real de la Catedral de Sevilla: "Los testigos de las bodas agradecidos al inventor del chaqué". Aunque fuera patrocinada por el catering de Jockey, por José Luis (Ruiz Solaguren), por Rafael Juliá, creo que le debemos esta memoria agradecida.

Como deben este homenaje también las secretarias de dirección, por la cantidad de llamadas y gestiones que el chaqué les evita. Como no somos como las mujeres, en caso de que los hombres no fuéramos libertos del chaqué y estuviéramos sometidos en las bodas a la dictadura de las modas, seguro que delegábamos estas funciones en las secretarias. Ya estoy viendo, por ejemplo, a Juan Abelló diciendo a su secretaria:

-- Llama al despacho de Emilio Ybarra y pregunta qué se va a poner para la boda que tenemos la semana que viene en Jerez...

Y de secretaria a secretaria, esa conversación:

-- Oye, tu jefe, ¿qué se va a poner? Porque mira, el mío es que no sabe qué ponerse...

-- Dile que se ponga el traje que se compró en Londres...

-- No, ese ya se lo puso para la boda de Barcelona, y además que ha salido retratado con él en el "Hola". Y como lo vea Mariñas, que va con el mismo traje a otra boda...


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Una talega en el Palace
Un puro en los toros
Como un cuarto de invitados
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