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Perdonen
que hable de los muertos, en tierra de tantísimos vivos,
vivales y vividores. Este iba a ser mi tradicional artículo
sobre los muertos de agosto. En esta ciudad que se levanta y
antes de tomar café ya está leyendo las esquelas mortuorias,
para ver a quién hay que darle el pésame o a qué entierro hay
que ir para cumplir, morirse en agosto es una forma como otra
cualquiera de alcanzar la inmortalidad. Te mueres en agosto y
como la gente, en la playa o de viaje, no lee las esquelas, no
saben que has cogido carretera y manta para el otro barrio y te
creen aún vivo. Por eso, cuando vuelvo de los baños, suelo
hacer una como fosa común del género necrológico, donde pongo
todas las despedidas que en su día no pude. En ese artículo
sobre los muertos de agosto yo debía acordarme ahora de Pina
López Gay, la roja muchacha hermosota de la Guardia, y del
modisto Juan Cortés, y de Abelardo, el capiller de la Macarena,
y de Antonio Torres, el mozoespás de Curro, y de Joaquín
Martínez Bjorkman, el cordobés senador de la transición, y de
Ramón Resa, y de Pedro Caracuel, Pedro el de la Prensa. Hasta
debería acordarme de un muerto que no es de este verano, sino
del anterior, y de cuya desaparición ni me hubiera enterado, de
no ser por una entrevista veraniega a su viuda. Hablo de Miguel
García, el librero de los soportales de Esteban en la calle
Alemanes, el que en los años duros de Planeta distribuía los
libros que editaba José
Manuel Lara, mucho Frank Yerby, mucho Alvaro de Laiglesia,
mucho Gironella y mucha nueva narrativa andaluza.
Cumplida la rúbrica de este prefacio anual
del otoño sobre los muertos del verano, hogaño tenemos
novedad. Sevilla está a punto de estrenar tanatorio. Eso del
tanatorio es completamente madrileño. Eme Treinta total. O de
la Costa del Sol. Los extranjeros son mucho del tanatorio.
Conocemos los tanatorios por las películas de gánsteres,
porque en el tanatorio es donde Marlon Brando, con todo su
padrinazgo, no logra impedir que vayan derechitos a la
incineración los millones de dólares que meten siempre dentro
del ataúd del capo al que los de la banda rival dieron taca,
tracatrá, tacatá, trá, trá de Los Peperonis.
¿Tendrá éxito social el tanatorio de
Sevilla? Pues yo creo que con lo que aquí gusta un muerto, un
entierro y un funeral, tendrá una aceptación más que regular.
En la Andalucía de la parcelita, el tanatorio se aparece como
la casita adosada para la muerte, monísima y comodísima. Basta
con que en el bar del tanatorio pongan Machaco, el aguardiente
de los velatorios, para dar la nota de color local. Incluso sin
eso, la gente estará encantada. Ahora, que lo que no sé es
cómo va a encajar el personal el edificio en sí. El edificio
tiene un ver. Es como el Cubo de Rubik, pero con sus cajitas de
pino y sus muertecitos dentro. Lo menos funeral que se despacha
en edificio. Aquello puede ser una clínica de Mapfre para
toreros y futbolistas o la delegación de una casa de neveras.
Todo menos un tanatorio. Y después, no se pierdan el motivo
decorativo de la fachada, que parece una alegoría carnavalesca,
como las que ponen en el Teatro Falla para la final. Ni a Ismael
Beiro, cuando dé el pregón, le pondrán un motivo tan
carnavalesco como las serpentinas de la entrada del tanatorio de
Sevilla.
Tanto sube el nivel de vida, que ya hasta
tenemos tanatorio. Para que luego diga Teófila que con la
política de la Junta, no tenemos ni dónde caernos muertos...
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