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Yo
ahora pido prestadas campanas para echarlas a repicar. Pido la
campana de La O, pido la campana de la espadaña de la Macarena,
pido las campanas calladas de la torre de San Vicente, pido las
bruñidas campanas de Santa Paula, las populares campanas del
Cerro, la campana que convoca a misa coral cada mañana en la
Giralda. Y las echo a repicar todas de golpe en el gozo del
corazón, porque han nombrado pregonero a Carlos Herrera. Quiero
decir que a Carlos Herrera le han dado el Toisón de Oro de la
sevillanía. ¿No te llega este sonido de campanas de victoria,
de gloria, de esperanza que resuena en el recuadro, querido
compañero Carlos?
Con lo de Herrera se demuestra que ha cambiado el perfil del
pregonero. Sólo lo fugitivo permanece. Y si ha cambiado el
perfil, hay que pensar que ahora nombran a los pregoneros de
frente, que es más lógico: vámonos de frente por el arte de
la palabra y de la escritura, ole mis pregoneros buenos. De
frente y por derecho, por derecho de sevillanía y no de
militancia cofradiera. No como antes, que se asentaba la trasera
de la Abogacía y de la Medicina, honrosísimas profesiones,
cantera de capillitas, pero ahí quedó, arriando los cuatro
zancos por parejo. Después de Carlos Colón y de Joaquín Caro
Romero, como en el prefacio en latín de las funciones
principales de instituto de la Madre y Maestra nada más justo,
equitativo y saludable que el nombramiento de Carlos Herrera.
Si a Carlos Herrera le hubiera faltado algún mérito para
recibir este honor civil del pregón, sólo por su voluntad de
sevillanidad lo merecía. ¿Dónde nació Carlos Herrera? No sé
lo que dirá su carné de identidad, porque a veces los carnés
de identidad ponen unas cosas... Carlos Herrera ha nacido en
Sevilla. Lo dice la oficina de expedición de partidas de
nacimiento de un verso de Antonio Machado: "El corazón
está donde ha nacido/ no a la vida, al amor..." Aquí ha
estado siempre el corazón de Carlos Herrera. Carlos Herrera, de
mayor, quería ser sevillano, y lo ha conseguido. Sevillano con
ejercicio y servidumbre, gentil hombre de cámara de las
delicias de la ciudad. Pocas veces he visto a nadie acercase con
mayor amoroso respeto a nuestras cosas, como deseando ser
aceptado en los misterios iniciáticos de los ritos. Carlos
Herrera ama a Sevilla en cada esquina, en cada copla, en cada
vela rizada, en cada frase de una taberna, en cada silencio de
un compás, en cada flor de la Candelaria por los jardines. Para
otros, esto no tiene el menor mérito. Es lo que han vivido, lo
que han aprendido de sus mayores. El mérito de la sevillanìdad
de Carlos Herrera es la modestia de su acercamiento, está como
diciéndonos siempre a los sevillanos:
-- ¿A ustedes le importa que a mí se me caiga también la
baba con estas cosas que a ustedes los vuelve loquito? Es que yo
también estoy loco por esta ciudad.
Hay muchos que tienen con Sevilla un matrimonio de
conveniencias, pero Carlos Herrera va de enamorado, rondándole
la calle, la reja, la ventana y hasta el buzón de correos, para
ver si tiene carta de la novia. Ahora, desde los Jardines de
Murillo por los que cada Martes Santo pasa esa Madre de Dios a
la que Carlos llama Candelaria, Carlos Herrera ha recibido una
margarita que sólo sabe decir sí.
Me han dicho que la boda de Carlos con su novia es el 1 de
abril. Ante la ciudad como testigo, Carlos Herrera volverá a
decirle a Sevilla lo que hace muchos años viene confesándole:
que la quiere.
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