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"Del
tranvía al autobús" se llama la exposición de Tussam en
el casino de la Exposición por antonomasia, que es la
Exposición del 29. Apunten estos datos aritméticos con el 2 y
con el 9 para el manual de habla sevillana: Expo suma 92 y
Exposición suma 29. Bueno, pues en esa exposición del Casino,
nostalgia de tranvías. El cobrador del tranvía de la Puerta
Real y la gorra de los tranviarios que se ponían morados y oro
de aguardiente cuando el 1 o el 2 paraban en El Punto de la
Puerta Osario, frente a la Cochera que luego habría de servir
de refugio a la familia de Gordillo el del Betis cuando la riada
del Tamarguillo. La infancia y adolescencia de Gordillo el del
Betis es como un resumen sociológico, modelo "Los hijos de
Sánchez" de al menos tres generaciones de sevillanos. La
familia de Gordillo se viene desde el pueblo a trabajar a
Sevilla, es decir, el paso del sector agrícola y de la
población rural al sector servicios y a la industria y a la
población urbana. La familia de Gordillo se mete a vivir en un
corral, al que llega la terrible inundación del Tamarguillo de
1961. Los desahucian y Gregorio Cabeza los aloja en el refugio
de las Cocheras de los Tranvías. Tras pasar aquel purgatorio de
campamento de refugiados con cobertores colgados de guitas por
paredes, Utrera Molina les da un piso sindical en el Polígono.
Aquella Sevilla de las riadas ya había ganado la batalla del
tranvía. La batalla del tranvía es que si bien ahora nos
despierta tanta nostalgia, en su día llegaron a ser odiosos. Un
tranvía mató a una embarazada en la calle Imagen, antes del
ensanche, y fue la gota que colmó el vaso de la indignación
popular. Eso de la modernidad y el progreso no es de ahora.
Siempre hubo esos ideales. En el siglo XIX, la modernidad y el
progreso era derribar las murallas, y se derribaron. A mediados
del siglo XX, la modernidad y el progreso era suprimir los
tranvías, y Contadero los quitó y puso los autobuses
municipales.
Ahora añoramos aquella Sevilla de murallas, de las que
apenas nos quedan en pie el Arco de la Macarena, el Postigo del
Aceite, el lienzo de muro de la Puerta de Córdoba. Para los
sevillanos que las derribaron, fue una victoria de los ideales
de la salubridad y la expansión urbana. Con los tranvías,
igual. Ahora, visitando la exposición de Tussam, tenemos
nostalgia de tranvías. Los puretones nos acordamos del tranvía
del Cerro, que era el que cogía Salvador Távora, del tranvía
de Coria, que era el que cogía Blas Infante, del tranvía de
Camas, que era el que cogía Francisco Romero López. Nos
olvidamos que acabar con aquellos tranvías fue una victoria
social, en las riadas de la opinión pública, que aquí son tan
poderosas como el Guadalquivir salido de madre.
Ahora, las grandes ciudades europeas (Viena, Francfort,
Milán) cuidan sus tranvías, como transporte público no
contaminante, silencioso, seguro, rápido. ¿Se imaginan a la
Sevilla de ahora otra vez con el tranvía por la calle Tetuán?
Hay veces en que, en la calle Tetuán del músico callejero que
toca a Vivaldi con el violín, evocamos la imagen europea que
daría Sevilla con el tranvía de la Puerta Osario pasando por
delante del Benetton del Ateneo. Como Rafael el Gallo decía que
sólo se podía torear donde había tranvías, sigo pensando que
el mejor metro hubiera sido el tranvía.
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