|
Sufrimos
la peor de las intransigencias, que es la intolerancia en nombre
de la tolerancia. Aquí hay que ser tolerantes por eso que
termina en "ones"; me refiero a diversas razones, que
termina en "ones". No se tolera que alguien pueda ser
intolerante y que diga que está de la tolerancia hasta eso que
termina en "ones"; me refiero hasta Torrelodones, que
termina en "ones". Más que tolerancia, existe quizá
una cobardía colectiva, un miedo a poder expresar cualquier
idea que vaya contra los nuevos dogmas, como el fanático
código no articulado de lo Políticamente Correcto, que se
aplica con toda severidad. Ojalá el Código Penal, en su parte
punitiva, se aplicara con igual inflexibilidad que el Código de
lo Políticamente Correcto. Ya quisiéramos que el Código de la
Circulación se aplicara con la rigidez del Código de lo
Políticamente Correcto; la de vidas que nos íbamos a ahorrar
en esas carreteras y la de sinsabores en esas ciudades...
Hablando de circulación, la libertad de expresión se
entiende habitualmente como calle de dirección única, por la
que no se puede circular en contramano de la mentalidad
dominante ni a contraflecha de lo políticamente correcto. Quien
vaya en dirección contraria a lo admitido por la mayoría
sienta plaza de conductor suicida en las autopistas de la
información y de la opinión, y lo más seguro es que no se
escape ni con alas.
Aquí, por el Campo de Gibraltar, un concejal ha hecho un
chiste más o menos afortunado sobre una chica sordomuda que se
presentaba al concurso de Miss España y ya ven la que le han
liado. Si en lugar de ese chiste hubiera dicho lo políticamente
correcto, que es inadmisible que se valore en la mujer sólo su
belleza y que se haga competir a las chicas en un concurso como
si fuera una exhibición de carne, a esta hora ese mismo
concejal ahora corrido a gorrazos podría ponerse la Medalla de
Progresista y exhibir el Carné de la Modernidad, que como usted
sabe se adquieren ambos en las habituales Expendedurías de lo
Políticamente Correcto.
Aquí, en el Salón del Comic de Granada, con dinero público
de la Junta, de la Diputación y del Ayuntamiento, uno que se
dice artista y cuyo nombre ni quiero escribir ha puesto en
escena una antigualla, una provocación que cree original, de
las que ya representaba en el teatro Fernando Arrabal y con más
gracia hace cuarenta años. Recurrir a lo sacrílego y a lo
abyecto entra hasta cierto punto dentro de lo políticamente
correcto. De ahí que no tengamos noticias de que el autor de
tal escándalo público haya sido procesado y hayan sido cesados
los que decidieron pagarlo con nuestro dinero. Todo lo de
Granada, cuyos detalles les evito por razones elementales de
estética, no ha sido tomado con la gravedad que tiene porque
eso forma parte de la cobarde conveniencia de la tolerancia.
Pero si en vez de sacar a indeseables fornicando y de quemar
imágenes sagradas ese tiparraco hubiera puesto a uno diciendo
que los moros se tienen que ir a Marruecos; que el supremo valor
de la mujer es su belleza; que el Papa es infalible y nada más
que dice la verdad; que el sida esto y que la homosexualidad, lo
otro; que la inseguridad ciudadana la tenemos que padecer por lo
que la tenemos que padecer; que los drogadictos tienen que estar
en la cárcel y los locos, encerrados... Si el presunto artista
de Granada hubiera sacado a escena todo esto, le aseguro a usted
que a esta hora le habrían echado la perpetua y habría
dimitido en Granada hasta el badajo de la campana de la Vela. No
ha sido así porque lo ocurrido en Granada es una muestra más
de la dictadura intolerante de la tolerancia. Por algo sacaban
tantos talibanes. Eran quizá autorretratos de los profesionales
de la tolerancia.
Hemeroteca de
artículos en la web de El Mundo
Biografía de Antonio Burgos
Libros
de Antonio Burgos en la libreria Online de El Corte Inglés
Libros
de Antonio Burgos publicados por Editorial Planeta -
Correo
|