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No
sé si en las estanterías de algún despacho de abogado o en
alguna notaría han visto los tomacos de la legislación
autonómica andaluza. Dan miedo los gruesos volúmenes, con sus
cantos verdiblancos. Y si los toma usted del anaquel y les echa
un vistazo, dan pavor. Páginas y más páginas de legislación
sobre los más peregrinos asuntos, leyes que nadie conoce,
decretos que nadie cumple. Junto al lema de "Andalucía,
por sí, para España y la Humanidad", en el frontispicio
del Parlamento Andaluz se debería poner otro: "Por
legislar que no quede, ¿será por legislar?" Piense un
tema, por raro e insólito que le parezca, y mírelo en los
indices analíticos de esos tochos de la legislación andaluza.
Sobre eso hay una ley. Sea sobre el tamaño de los agujeros de
las redes para cazar gamusinos, sea sobre la recogida de
espárragos trigueros en las cañadas reales, sobre casi todo
hay una ley promulgada por el Parlamento andaluz, que nadie sabe
que existe y que mucho menos se cumple.
Y por si fuera poco el
legislativo emanando leyes, el ejecutivo no se queda corto, a
decretazo que te crió. Salvo "Catón", que es un
virtuoso de la lectura del BOJA, un ratón (nada colorado, que
conste) de la biblioteca de boletines oficiales, casi nadie sabe
la existencia de estos decretos-leyes de la Junta. La falta de
autoridad suele suplirse con mucha letra legislativa, mucha
letra menuda, mientras se olvida el referido catón de lo
elemental.
La misma Junta que tanto se
queja de los decretazos del Gobierno de Madrid no le anda a la
zaga en el manejo de esta malilla gubernativa. Por legislar,
hasta acaba de dar un decreto sobre el "piercing". Ya
saben qué es el "piercing". Lo que quizá no sepan,
como servidor lo ignoraba hasta que lo ha mirado en el Collins,
es qué significa "piercing" en inglés: significa
"taladro". Digo yo que, puestos a pegar el decretazo
sobre los taladros en las orejas y las cejas de los chavales,
podría haber traducido la palabra inglesa, ya que estamos en
plena campaña de defensa y revalorización del habla andaluza.
"Piercing" en andaluz es "anillado". Los
taladros que los chavales se hacen en los sitios más
increíbles de sus cuerpos serranos son para anillarse, como las
aves. Quién se anilla las cejas, quién los labios, quién la
lengua, quién hasta el mismísimo ya-me-entiendes.
La burocrática Junta prohibe
que el anillamiento de los chavales sea con metales innobles. La
Junta sólo quiere anillas de la Real Maestranza de los metales,
acero, titanio o todavía mejor oro, de 14 kilates para arriba.
Y establece cómo han de ser los anilladores, qué titulación
han de tener, y las condiciones que han de reunir sus oficinas
de anillamiento. "Por mí como si se operan", dirán
los chavales, que seguirán poniéndose los aros y los
brillantitos que tengan por conveniente. Si la Junta no es capaz
de regular otros aspectos muchos más importantes de la vida
cotidiana, ¿cómo va a imponer su autoridad sobre los
anillados? Si sobre los anillados no tienen autoridad ni sus
profesores en los colegios e institutos, ni los padres en sus
casas, ¿cómo va a tenerla la Junta? Igual que hay escritos que
vienen en papel reciclado, casi todas las disposiciones de la
Junta llegan en papel mojado.
Claro que el decreto sobre el
anillamiento nos da la clave en el conflicto con Cajasur. Tate,
ya sabemos lo que Chaves quiere hacer con don Miguel
Castillejo: anillarlo, como al resto de los pájaros de las
Cajas... Lo que pasa es que Castillejo canta en la verde oliva
de la independencia y dice que lo va a anillar un guardia. (En
el fondo, Chaves lo que quiere es anillar a todos y cada uno de
los andaluces. A muchos empresarios, por ejemplo, los tiene más
anillados que los dedos de una folklórica.)
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