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Ni
aunque lo hubiera elegido personalmente por catálogo podía
haber encontrado Emilio Romero más glorioso día para morirse:
en la misma fecha de febrero que Larra. En vender periódicos
tuvo más méritos que Larra. Larra no cogió "Pueblo"
como un diario sindical de camisa azul que regalaba 25.000
ejemplares al verticalismo y lo puso en 300.000 ejemplares de
venta en los quioscos, a base de ser el precursor de los dos
grandes ejes sobre los que ahora gira el periodismo: la opinión
y la información rosa. Emilio Romero le quitó al
"Pueblo" la camisa azul y la sustituyó por los
chalecos con cuello de cisne de Tico Medina y Yale, de José
María García, de Hermida, de Raúl del Pozo, de Balbín, de
Carrascal, y sigan poniendo firmas. Casi todo el que es empezó
a ser en "Pueblo". Somos gorilas blancos del zoo
periodístico los que no pasamos por "Pueblo" e
incluso estuvimos en la otra orilla cuando, por ejemplo, Romero
convocó aquel concurso para ver quién ponía más verde a
Pemán, certamen que si no ganó Gómez Marín, debió haberlo
ganado. En el fondo, Pemán y Romero eran de la misma madera:
liberales. Era muy fácil encontrar liberales en los recuelos de
Renovación Española, pero también los había, y más de los
que pensamos, en Falange y en la Prensa del Movimiento, y Romero
era uno de ellos, como en mi pueblo Celestino Fernández Ortiz.
A Romero le perdía su propio
"Gallito" literario, el título de su sección. Quien
mejor retrato psicológico le hizo fue el veedor de toros Miguel
Criado en aquellas tertulias del Madrid periodístico y taurino
que iba de la calle Serrano a la calle Huertas. En el grupo de
Cañabate y Sebastián Miranda, estaban una noche Luis Calvo y
Emilio Romero enzarzados en discusión, con el güisqui por
delante ABC y "Pueblo". Romero no hacía más que
decir a Luis Calvo, con su voz engallada, su nariz aguileña,
sus gafas de ver asuntos de debate para la tercera: "Luis,
es que yo soy un escritor, debes tener en cuenta que yo soy un
escritor..." Y escritor para arriba y escritor para abajo,
y los ojillos de Luis Calvo cada vez más azules y más
inteligentes, y el galleo de Romero cada vez más encampanado.
Hasta que Miguel Criado, con su gramática parda, medió entre
los dos y le espetó a Emilio Romero con muy poca vergüenza:
"Venga, tú, Blasco Ibáñez, tómate ya un güisqui y deja
de dar el coñazo a este hombre con tanto escritor".
Venga ya, don Emilio, Blasco
Ibáñez y Larra en una sola pieza: tómese usted mejor un café
de redacción con los que no estuvimos en su plantilla y le
reconocemos todos sus méritos y se lo perdonamos ahora todo,
menos que inventara y amamantara en sus pechos a Juan Luis
Cebrián.
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