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Atardecer
entre los pinos. En el horizonte, los tonos violáceos de un
poema de Juan Ramón: "Ya están ahí las carretas/lo ha
dicho el pinar y el viento". Silencio de marisma. Intactas
arenas de la Raya Real, alisadas por la soledad del solano.
Viene la hermandad de Jaén. Dos mulas castañas enganchadas en
tándem a la carreta del Simpecado. La una en limonera, entre
las varas; la otra delante, de pericón; las dos, de arena hasta
los corvejones. El cascabeleo de sus atalajes dice que no pueden
tirar. Por eso, detrás de la carreta, empujando si hay que
empujar, van estos hombres y mujeres, hundidos en la arena. Se
para la comitiva y llega un caballista. Se quita el sombrero y
le canta una sevillana a la Virgen. Todos lo oyen como una
oración, gregoriano de ocho sílabas. Y reanudan el camino,
empujando detrás de la carreta, las mulas medio atascadas con
la arena hasta el corvejón.
Y después vienen las
carriolas. Y los remolques. Pocos. Austeros. Nadie bebe una
copa. Todos callan. Silencio de madrugada de Sevilla en la tarde
de pinares de Huelva, cuando ahora llega la carreta de bueyes
del Simpecado de
Ronda: "De Ronda vengo/lo mío
buscando"... Lo mío que encuentro en la copla de un amigo
es la verdad de pueblo llano de este Rocío que no sacan por
televisión, porque es de verdad, no de chufleteo de esos
amorales que utilizan la fe de un pueblo para su exhibicionismo.
Impresiona el silencio rondeño de estos remolques que van
detrás del Simpecado. Ni una copa, ni una voz de juerga.
Silencio de penitencia con sombrero de ala ancha por capirote.
Y luego, por el Ajolí
desierto, hasta la aldea. Otro portento. Entra Almonte a
caballo, el Simpecado al estribo de una jaca marismeña. Una
litografía del XIX. Suenan las campanas y los cohetes asustan a
los vencejos. Sencillamente un pueblo llega a la ermita de su
Patrona. Los caballistas se destocan y la vitorean. Luego todos
entran en la ermita. Recitan la salve con rotundidad de credo. Y
sin que nadie les diga cuándo, cantan todos: "Como los
almonteños/no hay quien Te lleve". No hay juerga, ni vino,
ni famosos, ni cámaras, ni corruptos refrendados por mayorías
absolutas, ni profesionales de la exclusiva. Hay como una
secreta alegría: aún no han llegado los mercaderes del templo
de la fama de la marisma. Doy fe de la fe de un pueblo, sin
copas ni famosos. Y el recuerdo del atardecer en la Raya rubrica
esta copla que ahora todos los almonteños cantan: "Quien
no lo crea/que se venga al Rocío/y que lo vea".
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