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Algún
día la historia del toreo, y de paso la de Andalucía, le hará
justicia a don José Flores "Camará". Personaje
cordobés interesante donde los haya. Sabio y sentencioso, parco
en palabras, largo en hechos. ¿Quién y qué fue Camará? Fue
torero de Córdoba que como no llegó a Califa, se dedicó a
acuñar califas para la numismática de la Tauromaquia. Tengo a
Camará como inventor. Como su coetáneo Fleming, pero en el
toreo. Fleming inventó la penicilina y Camará inventó la
figura del apoderado taurino, tal como la entendemos hoy. Sabía
don José que arte y dinero se suelen llevar muy malamente, que
los toreros tenían en la diestra y la siniestra un par de
agujeros por el que se iba a los baños el río de los dineros
ganados con tanto riesgo, por decirlo en palabras también de la
época, del recitado de Pepe Pinto.
Camará vio que en una charpa
de chavales cordobeses que querían ser toreros había un
muchacho alto, hierático y serio como un Gran Capitán sin
caballo de las Tendillas. Se llamaba Manuel Rodríguez y le
decían Manolete. Camará, que tanto sabía de toros, de toreo y
más que nada de la vida, se fijó en aquel muchacho y decidió
hacerlo torero. Lo consiguió plenamente, y a los romances me
remito, así como a la foto que Canito le hizo en Linares poco
después de la explosión de Cádiz. Y si grande fue la
invención de Manolete, no menor fue el otro gran descubrimiento
de Camará: la figura del apoderado taurino. Las gafas oscuras
de Camará al lado del enjuto Manolete, aconsejándolo desde el
callejón de una plaza del Norte en el largo verano, son la
imagen de quien sabía el mito que España necesitaba que le
construyeran para las hambres de su postguerra, para lo cual
hacían falta unas técnicas: las del apoderamiento. Llevar y
saber llevar a un torero es algo que inventó Camará. Que fue
cabeza de estirpe. Camará tiene el mismo mérito que el Duque
del Infantado, pero el primer duque del Infantado: creó una
estirpe y fundó una Casa. En el toreo, la Casa Camará es tan
importante como la Casa de Medinaceli o la Casa de Medina
Sidonia en la Historia de España. A su imitación, luego
vinieron docenas: la Casa Chopera, la Casa Balañá, la Casa
Lozano... Pero como lo del banderillero de Belmonte, el oficio
fue degenerando. De aquellos apoderados serios que imponían
respeto a las empresas se pasó a los mercaderes de cornadas y
tratantes de valentía, con su tumbaga, su haiga, su puro y su
cuenta corriente. Interesaban los toreros por el dinero que
daban, no por lo que traían a la fiesta. Camará antes que nada
fue un gran aficionado; los que lo siguieron, vividores de la
afición; a veces, explotadores de menores con alternativa.
Me he acordado de Camará al
ver en lo que ha quedado la figura del apoderado, tan
respetable, que inventó. Ahora apoderado de toreros es
cualquiera que ponga lo que hay que poner para sacar a un chaval
de academia en tres novilladas y que tome inmediatamente la
alternativa. Lanzan a sus toreros no por el camino del arte y la
profundidad, como Camará señaló y allanó a Manolete, sino
por el escándalo y la falsa popularidad. Es ahora actualidad en
la política uno de estos apoderados, montado en taco con los
toreros de cinco minutos de fama que ha llevado en explotación
intensiva. Ha hecho un hotel, ha construido una plaza de toros,
qué sé yo. No sé cómo estarán los toreros que llevó, pero
dicen que él está rico podrido. Se ha presentado a alcalde de
su pueblo y ha salido. Y no conforme con eso, ha regalado
demagógicamente el sueldo a los pobres. ¡Lo que será un
sueldo de alcalde para un apoderado!
Ay, Camará, cuánto lo echamos
de menos a usted, que no fue ni alcalde pedáneo de una aldea de
Córdoba...
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