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Tenemos
que renovar urgentemente la panoplia de tópicos nacionales.
España es la patria del toro de Osborne, del Real Madrid, de la
paella, de la sangría, del flamenco... y de las transiciones
perfectas. Hay que añadir la transición al repertorio de
tópicos, a la vista de lo bien que nos salen. No me refiero
sólo a la Santa Transición que ya está en los libros, modelo
para el mundo libre, faro refulgente que orienta a las naves de
los Estados que acaban de salir de las dictaduras. Me refiero a
las transiciones de andar por casa. Por esta casa por la que no
se puede andar dos años seguidos sin que tengamos que hacer una
transición de algo.
Si España hizo de libro la
transición de la dictadura a la democracia, más de libro
todavía hizo la transición al centro-derecha tras la ansiada
"pasada por la izquierda". Se hizo luego la
transición en el PSOE, hasta el punto que Guerra, con su
máquina de insultar, parecía el otro día una figura salida
del museo de cera. Ahora, y también de libro, Aznar se ha hecho
la transición de sí mismo. Las Cortes franquistas se hicieron
el harakiri de la Reforma Política porque a la fuerza ahorcan,
pero Aznar se ha hecho la transición porque tiene algo
absolutamente insólito en política: palabra.
Si en pleno fregado del
chapapote, el decretazo y la guerra de Irak parecía que estaban
aplicando ce por be el libro de autoayuda "Cómo tirar por
la borda una mayoría absoluta", ahora han seguido
fielmente el manual "Cómo bordar una transición
voluntaria". Por una vez, han sabido vender lo que hacen.
La gente hace cola en la tienda de automóviles de ocasión del
poder, para comprar un coche de segunda mano a Rajoy. Lo han
hecho de libro en los tiempos, en los modos, en las formas.
Contra lo habitual, no han ido de carajotes. En menos de horas
veinticuatro Rajoy ha dejado de ser El Sucesor para eso tan
difícil del clásico, "sé tú mismo". Un señor
serio, efectivo, tranquilo, con un dominio prodigioso de la
palabra para decir lo que quiere y como quiere. Un bicho raro.
Tan raro, que le dicen como elogio que parece inglés. ¿Tan mal
concepto tenemos de nosotros mismos los españoles? Por lo visto
creemos que quienes se merecen un candidato así son los
ingleses. El prodigado elogio británico de Rajoy me recuerda al
grito de los béticos: "Ole mi Betis güeno, que no nos lo
merecemos". A su múltiple militancia balompédica, Rajoy
debe, pues, añadir urgentemente la de bético: "Óle mi
Rajoy güeno, que no nos lo merecemos."
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