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Los
judíos del gueto de Varsovia se montaban en los trenes de
mercancías camino de los campos de exterminio con bastante
menos resignación con que los fumadores nos dirigimos a la peor
mesa del restaurante donde nos conducen como aprestados, por
nuestra nicotínica afición. Nos sentimos herederos de los
judíos en la Alemania nazi. Quieren mantener la pureza de la
raza. Sin tabaco. Estamos a cinco minutos de que el tabaco sea
agravante en el Código Penal, y que el fiscal pregunte al reo:
-- ¿No es cierto que cuando le
pegó dos puñaladas a la víctima se había fumado dos ducados
uno detrás de otro? ¿Y no es menos cierto que cada día se
fuma usted paquete y medio?
La Guardia Civil nos parará en
la carretera para que soplemos el artilugio. No para ver si
estamos pasados de copas, sino para comprobar si veníamos
fumando. Prohibirán que se fume mientras se conduce. Ya se
prohibe fumar en casi todos los trabajos, en casi todos los
locales públicos. Con la resignación con que los fumadores
aceptamos todas las agresiones a nuestra libertad, no será
extraño que la Unión Europea ordene pronto que todos llevemos
una estrella amarilla en la manga. En este mundo que alardea de
tolerancia, los fumadores somos los nuevos judíos, el pueblo
perseguido. Nadie puede ser perseguido por sus ideas, excepto si
es la idea de encender un cigarrito. ¿Por qué tenemos que
consentir que ahora por el precio del paquete de tabaco nos
vendan impresa en su cajetilla una novela de terror? Me
divierten mucho estas esquelas mortuorias del paquete de tabaco.
Tomo en el estanco cada paquete con interés de coleccionista de
fascículos, y me digo: "A ver si en este dice que fumar
produce sarna, urticaria, caspa, o ventosidades de fabada
asturiana..." Son como novelitas ejemplares, en las que no
sé cómo la Junta de Andalucía, en su incoherente defensa de
las fábricas tras su campaña antitabaquera, no ha mandado
poner: "No fumar produce paro. Acuérdense de Altadis, que
ha apuntado en el Inem a Carmen la Cigarrera".
Ahora nos pondrán en las
cajetillas el museo de horrores de las fotos de fases terminales
de enfermedades. No sabremos si nos hemos comprado un paquete de
Marlboro o un tratado de Anatomía Patológica. En justa
correspondencia, en las etiquetas de las botellas de brandy, de
Rioja y de Ribera, debería poner: "Beber produce
cirrosis". En las contraetiquetas de la ginebra y el
güisqui, fotografías de las inocentes víctimas de los
accidentes que provocan los conductores borrachos. Y en el
parabrisas de los automóviles, junto a una foto de un
tetrapléjico: "Correr con el coche puede dejar a alguien
así". Y, sobre todo, me parecería muy bien esta
inquisitorial cruzada si el Estado decidiera dejar de ingresar
impuestos por algo que dicen tan dañino. Si el tabaco mata,
¿por qué el Estado consiente su venta y se lucra de sus
impuestos? Hay que corregir esas etiquetas, y que pongan:
"Fumar puede matar con la complicidad del Estado, que se
lleva unos euros muy curiosos de este paquete". Al menos,
hasta que con nosotros los fumadores decidan hacer directamente
pastillas de Heno de Pravia.
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