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Como
lo están restaurando, pintor que pintas con amor, sale
retratado en los periódicos, de estrella en la Semana de la
Arquitectura, el sevillano Costurero de la Reina. Edificio
interesante mandado levantar por otro personaje más interesante
todavía, el primer moderno que, en el sentido contemporáneo de
la palabra, hubo en la tradicional Andalucía: don Antonio de
Orleáns, duque de Montpensier. Montpensier se adelantó a su
tiempo, protegió las vanguardias artísticas de su época, la
Medicina positivista que entonces comenzaba a ejercerse,
sistemas filosóficos europeos que llegaban con etiquetas de
prohibidos, ideas políticas de progreso. Y todo ello, desde el
poder, que tenía más mérito, casado con una hermana de la
Reina Isabel II. Andalucía no le ha hecho justicia a Don
Antonio y sólo ahora se han publicado sus primeras biografías,
los primeros estudios sobre su tiempo. No sé si en Sanlúcar de
Barrameda, aparte de sus palacios, hay un monumento a
Montpensier. Lo debería haber. En la antigua Fábrica de Hielo,
en el museíllo para uso de visitantes de la banda sanluqueña
de Doñana, debería haber un mapa con la situación exacta de
la cabaña de pastor donde murió Montpensier.
El Costurero de la Reina es, en
parte, como un monumento a Montpensier. Es un exponente de la
arquitectura de vanguardia que promovió. En la Inglaterra de su
tiempo se llevan los exóticos estilos orientalizantes en la
arquitectura y él importó esos gustos y esa mentalidad y los
adaptó a nuestra Historia. Ese Costurero es el primer edificio
neomudéjar que se construye en Sevilla, mucho antes de la ola
orientalizante y moruna que luego traerá el regionalismo
arquitectónico del primer tercio del siglo XX. Y en ese
edificio moruno dicen que se ponía a coser la hija de Don
Antonio, la que luego sería la Reina María de las Mercedes
tras su romancesco amor con Don Alfonso XII. A coser y a tomar
el sol, ya enfermita del mal que la hizo cambiar de color en los
versos inmortales de Rafael
de León.
Probablemente María de las
Mercedes de Orleáns y Borbón nunca estuvo en el Costurero de
la Reina, que era el pabellón del guarda mayor de los jardines
del Palacio de San Telmo. Probablemente María de las Mercedes
nunca cogió ni un bastidor ni una aguja enhebrada en seda. Pero
eso es lo bonito, que la literaria leyenda del pabellón
neomudéjar la haga estar allí, cosiendo, quizá a un rayo del
dorado sol de otoño, como en una pintura holandesa. Y más
hermoso aún, que esa leyenda nunca haya sido destruida por los
investigadores al uso que vienen con la científica goma de
borrar el lirismo de la Historia.
Yo no solamente creo
firmemente, con la mano puesta sobre el Evangelio de la Poesía,
que María de las Mercedes bordaba su ajuar de novia de romance
en el Costurero de la Reina, sino que su padre murió en esa
cabaña que vemos a lo lejos desde Bajo de Guía, en la banda
sanluqueña de Doñana. Y que allí en Sanlúcar, justamente al
final de la Calzada, fue donde Isabel la Católica vio por vez
primera el mar. Y creo firmemente, y hago protestación de fe
alzando una caña de manzanilla, que la mar en Sanlúcar está
siempre tan bonita porque le pusieron un atardecer de gala el
día que Isabel la Católica iba a contemplarla. Desde entonces,
Sanlúcar conserva ese atardecer como un monumento a la Reina
Católica que quiso ver el mar. Como Sevilla mantiene, en un
reflejo de dorado sol de otoño sobre los cristales emplomados
del Costurero del Parquee de la Infanta Doña María Luisa
Fernanda, el más lírico monumento a una Reina que se casó por
amor y que lo mismo que una lamparilla se fue apagando en
cuanto, en la Corte de Madrid, le faltó el aire de su ciudad.
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