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Escribo
ahora dos veces tu nombre, Manolo, Manolo Vázquez, y sale sola
la música de tu pasodoble en este funeral programa del oyente
donde te estamos dedicando todos los discos de la Radio Andorra
de la memoria: "A Manuel Vázquez Montalbán, de quien él
sabe". Memoria sentimental en aquella radio de cretona que
cantaba por las abiertas ventanas de jabón verde en los patios
charnegos de tu Barcelona. Ahora esa radio, Manolo, Manolo
Vázquez, rey de la torería literaria, se ha apagado
precisamente en ese Lejano Oriente donde fabrican los
transistores de los veinte duros en los que siguen sonando las
coplas de la certísima patria de tu infancia, ahora abiertos a
terrazas de lavadora y tambor de detergente.
En el "Triunfo" de
Ezcurra firmaba como Manolo V el Empecinado, pero fue allí más
bien Manolo I el Sentimental. Montó él solito una Institución
Libre de Enseñanza y una Sociedad de Folklore y, como un nuevo
padre de los hijos del Zebedeo en versión Machado, pegó la
oreja a su propia memoria de postguerra civil y levantó el
tardokrausista "Cancionero General del Franquismo".
Impartió doctrina para la relectura marxista de los Jardines de
la Granja, del Teatro Calderón y de Cabalgata Fin de Semana.
Gracias a Manolo Vázquez, los camaradas del Partido podían
decir sin que los llamaran desviacionistas y pequeñoburgueses
que tenían en su casa un disco de Concha Piquer, y que lo oían
mucho más que la cinta de Paco Ibáñez con la letra de Gabriel
Celaya que ponían en la Pirenaica.
Tras él vino la explotación
interesada de la copla, hasta el punto que incluso en la Galaxia
Polanco suenan ahora las reconstrucciones digitales de Radio
Olé. Pero Manolo Vázquez fue el primero. El puso la cabeza de
puente en el puentecito, puentecito, puente de San Rafael, dime
por qué caminito te has llevadito a la copla para que volviese
recuperada en sus crónicas sentimentales. Vázquez Montalbán
fue el nuevo mitólogo que con el pretexto del concepto de lo
que entonces se llamaba "lo camp", inventó estas
nuevas triadas capitolinas para una relectura progresista de la
copla, a fin de que los camaradas se pudieran emocionar con las
coplas que sus madres les cantaban. Cuando Manolo Vázquez
escribía sobre el "Tatuaje" que se sabía de memoria,
como poema clásico del Siglo de Oro que era, nos parecía que
era de Quintero, León y Gramsci. Nos hizo ver que el repertorio
de Marifé de Triana era de Ochaíta, Valerio y Marcuse. Oyó el
eco del Cortijo de los Mimbrales del Príncipe Gitano en la
gramola de Umberto Eco e hizo la distinción de apocalípticos e
integrados entre Antonio Molina y Miguel de Molina, Carmen
Morell y Pepe Blanco, Juanito Valderrama y Dolores Abril o
Concha Piquer y Juanita Reina.
Se dice ahora que su muerte ha
sido de novela negra. No sé. Me parece de copla. Quizá se le
hayan clavado en el corazón, como dos puñales, las dos
manecillas que tiene el reloj del blanco faro de los veleros. Le
dolía la cal de los huesos de defender a nuestra copla.
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