omo
la del "yo soy esa" de la copla, a lo largo de los tiempos,
Andalucía se ha tenido que conformar con lo que quisieran
llamarle en cada momento. Piensen en el tópico que quieran, que
ya está inventado. Por el lado de lo culto y por el ángulo de lo
popular, por lo árabe y por lo cristiano, por Oriente y por
Occidente, por la mar y por la sierra. Piropos pronunciados por
sus propios hijos y elogios y laudes acuñados por los visitantes
más ilustres, por los viajeros románticos o los novelistas
contemporáneos.
A pesar de todo, Andalucía sigue inédita.
Inédita como forma política.
Inédita como modelo de administración.
Inédita como sentimiento.
Inédita como aplicación de aquel Estatuto que
a tan alto precio social se logró, de un 4 de diciembre a un 28
de febrero.
Porque coincide un año más el Día de Andalucía
con la campaña electoral, y otra vez nos planteamos la duda
anual: ¿qué hay que festejar en el Día de Andalucía? ¿Lo mismo
de siempre? ¿La burocratización administrativa de cuanto en
aquellas fechas del 4-D y del 28-F significaron como una ilusión
colectiva que pronto se apagó?
Andaluces, levantaos...
Se levantaron los andaluces apenas un momento.
Y se volvieron a sentar. Y ya es muy difícil que nada vuelva a
ponerlos en pie. ¿Hubo sentimiento de la tierra, sensibilidad
autonómica, verdadero sentir andaluz, pasión andaluza, o lo que
hubo fue simplemente el aprovechamiento político de un lógico
agravio comparativo? Los andaluces se levantaron porque les
habían pisado el callo del amor propio en la construcción del
Estado de las Autonomías. Se habían diseñado autonomías de
primera y autonomías de segunda y a nosotros nos habían mandado
al rebujón. Andalucía se puso entonces en pie... ¿Se puso o la
pusieron? ¿Se levantó o la levantaron? El caso es que por
Andalucía se quebró el modelo inicial de las dos clases y dos
velocidades de autonomías, que a la larga nos ha llevado,
veinticinco años más tarde, justo al mismo sitio donde
estibamos. Cataluña y las Vascongadas, por distintos caminos,
han logrado lo que entonces impidió Andalucía, precisamente
Andalucía: una entidad distinta, privilegiada, de primera. En
1979 lo pretendían con la argucia de las "nacionalidades
históricas". En 2004 casi lo van a conseguir con la amenaza del
independentismo. En 1979 Andalucía se puso en pie e impidió ese
modelo gravoso y agraviante de diferencias en favor del Norte.
En 1004 Andalucía está perfectamente sentada, después de haber
puesto las esquelas mortuorias de las que otros han sacado los
votos, como señalaba Francisco Rosell.
¿Quién habla aquí ahora de Estatuto de
Autonomía? Apenas los que piden su reforma para perpetuarse en
el poder, alejado más que nunca de cualquier protagonismo
popular, pese a que se ejerce en nombre del populismo. Lo malo
del Estatuto de Autonomía es que el andaluz ni lo conoce ni lo
siente. Al contrario que en la copla, la falta de conocimiento
la pasión sí que quita. Ni los que tenían que tomarse en serio
el Estatuto y la dignidad de lo andaluz se lo han tomado. No han
sabido difundir la idea de que Constitución en mano y Estatuto
en mano, el Estado, de Despeñaperros abajo, se llama Andalucía.
Andalucía, desde su existencia autonómica, ha sido utilizada
como un arma política contra los distintos gobiernos centrales,
contra la UCD primero, contra el PP después, Y metida en el
congelador cuando en el Gobierno central estaba el mismo partido
que en la Junta y no interesaba la demagogia de la confrontación
de una parte del Estado contra el Estado mismo.
A estas alturas de vida política de Andalucía
casi todo sigue trágica y desilusionadamente inédito. Lo que se
ha solucionado, ¿ha sido por obra del Gobierno de la Junta o del
Gobierno del resto del Estado? El PP da cifras de cómo estaba
Andalucía antes y después del chocolate de Matías López del PP
en el Gobierno de Madrid y se pone en cuestión toda la demagogia
al uso de la mayor empresa de Andalucía, que no es ninguna
industria productiva, sino la propia Junta. El PSOE da cifras de
todo lo que ese Gobierno-Matías-López sigue debiendo a Andalucía
y se pone en cuestión todo el esplendor de la bonanza económica
nacional. ¿Cuál de los dos modelos es el válido? ¿Ha avanzado
Andalucía gracias a la autonomía o a pesar de la autonomía? Los
avances, ¿han sido por iniciativa propia de Andalucía o inmersos
todos en la ola de prosperidad que ha alcanzado a España entera?
Insisto en el carácter de inédito del
Estatuto. De la propia idea de Andalucía, una vez que dejó de
ser una ilusión colectiva, una utopía. Los inéditos que suelen
encontrarse cada año de Juan Ramón Jiménez o de Federico García
Lorca son cuatro papeles sin importancia al lado de los
recurrentes inéditos de Andalucía con que nos hallamos cada 28
de febrero. Hombres como castillos, con hijos y con una familia
formada, no han conocido en su vida otro modelo político que
esta autonomía administrada por el PSOE desde los tiempos del
ente preautonómico y del bueno de Plácido Fernández Viagas. Yo
no sé si la autonomía, en otras manos, administrada con otra
ideología política, sería mejor o peor. Simplemente me pica la
curiosidad de conocerla. Me queda la esperanza de que, si no la
generación del 4-D y del 28-F, al menos nuestros hijos y
nuestros nietos puedan llegar a conocer una autonomía regida con
unos criterios distintos por otros partidos. Los que fueren.
¿Cómo será, sería, hubiera sido, podrá ser una autonomía
gobernada por Izquierda Unida, por el Partido Andalucista, por
el Partido Popular, por Los Verdes? De momento es una incógnita.
Que como nunca ha sido despejada, en esta tierra de tantas
dependencias, de tantas rutinas, de tantos tópicos, no nos
permite saber si los males son de la autonomía o son del partido
que unidimensionalmente la ha regido o si los logros son del
propio sistema autonómico o del partido que en exclusiva lo ha
creado, desarrollado y perpetuado en sí mismo, sin el menor
atisbo de curiosidad por el cambio.