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Nos
pasamos la transición cantando "guárdate tu miedo y tu ira", y
tenemos ira por estrena y cada día hay un pase de colecciones
con las nuevas propuestas para el miedo. Dicen que las encuestas
están maquilladas por el miedo. Dos dedos de maquillaje. Nadie
me ha preguntado nunca para ninguna encuesta de voto. Desconfío
de las encuestas porque son como un nuevo dogma de fe civil.
Existen como la Santísima Trinidad, pero nadie las ha visto. Ni
entre mi familia ni entre mis amigos; ni entre mis conocidos ni
entre mis vecinos: no conozco a nadie, absolutamente a nadie, al
que le hayan preguntado su intención de voto. Una vez que salía
del hipermercado en época electoral y me encontré a la puerta a
una señorita con cartapacio y boli sentí una inmensa dicha.
Pensé: "Hombre, por fin me van a preguntar para una encuesta
electoral". Mi gozo en un pozo. Me preguntó la encuestadora, en
efecto, pero fue: "¿Ha encontrado usted el producto que venía
buscando? ¿Ha comprado además algo que no pensaba?"
A las encuestas debe de pasarles como a los
Reyes Magos: que son los padres. Las encuestas son los padres de
la patria que quieren salir favorecidos en ellas, o meternos
miedo con sus sondeos. No tanto como el miedo de la gente cuando
le preguntan para las encuestas, si es que preguntan a alguien.
Ah, el miedo... Hasta que no se nos quite el miedo del cuerpo
esto no será una democracia perfecta. Aseguran que las encuestas
salen tan desquiciadas porque a los encuestados les ocurre como
a los políticos que luego manejan esos sondeos: que aquí nadie
dice la verdad. Entre otras cosas, por miedo. Miedo a ser
políticamente incorrecto, miedo a que le llamen a uno rojo o
fascista.
¿En qué país europeo, en el pleno siglo XXI,
te pueden llamar rojo o fascista? En España. Y eso sí que da
miedo. Mientras que haya miedo por decir lo que pensamos votar
esto será una democracia vergonzante. Me da igual el miedo que
mete en el cuerpo el PP o el miedo a los mandarines del PSOE,
pero el miedo existe. La perfección democrática no llegará hasta
que votar a un partido constitucional, aunque sea por correo, no
sea una opción de heroicidad en el País Vasco. Aunque hay muchas
Vascongadas interiores. Esos pequeños pueblos donde se perpetúa
el cacicazgo en nombre del progreso, donde todo el mundo sabe a
quién vota cada cual, donde quien se atreve hacerlo a otro
partido que el del alcalde repartidor de trabajo, subvenciones y
mamelas se coloca en la lista negra. ¿Quién va a decir en uno de
esos pueblos a quién piensa votar? Y en las ciudades, igual.
Empresario ha habido en estos días que se ha quitado de enmedio
ante el fotógrafo que llegaba, por no salir en el periódico con
un personaje "non grato" para el régimen. ¿Qué régimen? Me da
igual, uno de los muchos que hay, sea el de Ibarreche, el de
Chaves, el de Bono, el de Ybarra, el de Zaplana, el de Fraga o
el del tripartito. El régimen que da los contratos, las
subvenciones, la fama, la fortuna. El régimen que unos quieren
cambiar y otros perpetuar, pero todos con el canguelo dentro del
cuerpo, sin habernos guardado ni nuestro miedo ni nuestra ira.
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