unca
he sabido de quién fue la idea, si de Carlos Colón o de Juan
Lebrón, y he sido tonto, porque nunca se me ha ocurrido
preguntárselo a ellos. El caso es que en aquellos finales años
80 del siglo pasado, cuando Sevilla todo lo hacía "de cara a la
Expo" (echándole algunos al asunto bastante cara por cierto para
dar el famoso pelotazo del 92), no sé si a Carlos Colón, su
guionista, o a Juan Lebrón, su productor, se le ocurrió hacer la
Magna Hispalense en versión cinematográfica: una gran película
sobre la Semana Santa. Si habían pensado antes en Manuel
Gutiérrez Aragón o si acordaron este director cuando ya tenían
planteado la cinta, tampoco lo sé. Lo que sí comprobé luego es
que en esa gran película sin actores y sin argumento...
-- Pare usted el carro, que el actor, por
ejemplo, es el Señor de San Lorenzo y el argumento nada más y
nada menos que la Pasión según Sevilla, ¿le parece a usted mal
actor y le parece a usted poco argumento?
Bueno, lo que sí comprobé luego es que esa
película sobre la gran fiesta religiosa de la ciudad soñada
había logrado lo que, por ejemplo, nos falta sobre los toros:
una cinta definitiva, que meta al espectador en los tuétanos de
lo visualmente contado, en sus supremas verdades, sin
concesiones y sin falsedades efectistas.
"Semana Santa" es ya un clásico, que por cierto ahora es
también vino viejo en odres nuevos, pues han aplicado a la cinta
las nuevas tecnologías digitales, la han vertido en soporte DVD
y no vean cómo ganan calidades las imágenes y los sonidos. Se
escucha el paso racheado de la cuadrilla del Señor como si
llegara a la salita por el pasillo de casa...
Lebrón y Colón impusieron un modo de filmar la
Semana Santa. Cuando veo en las televisiones locales los
anuncios de vídeos y otras baratijas visuales más o menos
coleccionables, me digo:
-- Míralos, los hijos de Lebrón...
Los del vídeo copian a Lebrón por la misma
razón por la que en la literatura cofradiera verbal o escrita se
copió durante mucho tiempo a Rodríguez Buzón: porque impuso un
estilo. Pero si importante ha sido lo de la imagen, mucho más lo
del sonido. No sé si a Lebrón o a Colón, pero se les ocurrió
coger las marchas clásicas de Semana Santa y que las tocara la
Orquesta Sinfónica de Londres. Una maravilla que le devolvía a
estas piezas toda su grandeza sinfónica, su inmensa riqueza
musical. Ningún chundarata para mecido de bambalinas sonaba a
ratonero, sino celestial. Desde entones, ¿cuántas marchas hemos
oído a orquesta, a conjunto de cámara, a órgano? Cientos. Las
marchas según Lebrón. E igual que sus hijos de la imagen llegan
a la teletienda, sus hijos del sonido llegan hasta la esquina de
Rioja con Velázquez. Allí, la otra mañana de compras, con la
calle así de gente, estaba en los soportales de Maximo Dutti un
delicioso cuarteto de cámara con unos jóvenes músicos tocando
"Corpus Christi". ¡Cómo sonaba aquello de bien! Me quedé
embelesado escuchándolos, y porque tenía que hacer un mandado,
que, si no, aún estoy allí. Cuando volví de hacer el mandado,
empezaban a tocar "Virgen del Valle". Otra maravilla. No pude
escucharla entera, porque me esperaban en el Hotel Colón. Tiré
por San Eloy y al lado del nutricio escaparate de los jamones y
el bacalao, otro hijo de Lebrón. Un solo músico. Un chaval con
su violín, con la funda abierta en el suelo a modo de salvilla
de limosnero, estaba dale que te pego al arco y a las cuerdas.
¿Y saben qué tocaba? No Mozart, no Beethoven, no Strauss. Tocaba
López Farfán. En la calle San Eloy, a la luz de la mañana, el
solitario violinista del tejado de la primavera tocaba
"Pasan los campanilleros"...
Otros artículos de Antonio Burgos sobre Semana Santa