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El Recuadro   

 Antonio Burgos
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El Mundo, lunes 28 de junio del 2004

  ¿QUIÉN HACE ESTO?    Abel Infanzón de hoynewchico.gif (899 bytes)          


ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Sables silentes

Los que estudiamos el Bachillerato por el plan antiguo nos llevamos toda nuestra adolescencia de escolares oyendo hablar de la Ley Azaña. Pregúntennos lo que quieran sobre la Ley Azaña. De la obra de don Manuel Azaña no nos decían absolutamente nada. Los profesores seglares o los curas no nos daban a leer "El jardín de los frailes", ni nos explicaban la utopía azañista de una España avanzada impulsada por una burguesía imposible, sueño roto luego por revoluciones obreras y radicalismos proletarios. De Azaña nos ocultaron hasta sus tres palabras de oro ("paz, piedad, perdón") en aquel discurso de otro 18 de julio que no era el único 18 de julio entonces conocido. Todo esto tardaríamos en saberlo. Aún faltaba mucho para que viniera Federico Jiménez Losantos a descubrirnos que Azaña era de "Los nuestros".

Lo qué sí nos enseñaban de Azaña era la ley de su nombre. Azaña, como presidente de la República, sancionaría con su firma qué sé yo cuántos centenares de leyes. Pero a los efectos de la propaganda y la enseñanza de la dictadura, sólo hubo una Ley Azaña: la de reforma del Ejército. Nos la presentaban como una batidora en la que se trituraron todos los valores españoles, como si los republicanos no fueran patriotas. Nos la presentaban como la desmembración del Ejército. Poco menos que como una antesala del Ejército Popular de la estrella roja de cinco puntas en la guerra civil, controlado por los comisarios políticos del PCE. Y con la Ley Azaña justificaban que poco después los militares pasados a la reserva se alzaran en armas contra la legalidad y la legitimidad republicanas.

Aquí, desde 1975, felizmente restaurada la democracia, se han hecho muchas otras Leyes Azaña, se ha llegado mucho más lejos que Azaña, y no ha pasado gracias a Dios nada. Uno de nuestros mayores avances colectivos es que el Ejército ha dejado de ser un poder fáctico. El mensaje del Rey aquella noche del 23-F le puso sordina de una vez y para siempre al hispánico ruido de sables, nuestra maldición histórica. El mayor logro de la transición fue hacer constitucionales a unas Fuerzas Armadas aún tenían el retrato de Franco en los cuartos de banderas. Se han racionalizado los efectivos y, como en tiempos de Azaña, se ha impedido que haya más jefes que indios. Los militares lo han aceptado con un ejemplar sometimiento a la Constitución. Se ha llegado siete mil millones de leguas más lejos que Azaña y no ha pasado nada. Azaña no se hubiera atrevido a lo de Aznar: a suprimir el servicio militar obligatorio. En España ha dejado de haber ruido de sables. ¿Se imaginan lo que hubiera pasado si Suárez destituye de un plumazo a la cúpula militar? Los tanques hubieran tardado cinco minutos en estar en la Castellana. Ahora que oigo solamente el dignísimo redoble de conciencia de un fajín rojo, me quito mi antigua gorra montañera de soldado de la Brigada Topográfica en homenaje a estos servidores del Estado que nos demuestran que su primer servicio a la Patria es el cumplimiento de la Constitución.


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