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De
Marbella sabía yo que no era Perlac. Bueno, de Marbella, la
verdad, no es nada de lo que entendemos por Marbella. Gil no era
de Marbella, Jaime de Mora no era de Marbella, Gunila no es de
Marbella, el Conde Rudy no es de Marbella. Las buganvillas de
Marbella no son de Marbella, son de Kenia. De allí las trajo
otro que tampoco era de Marbella, pero que la inventó, Alfonso
de Hohenlohe, como me explicó una tarde en que me hizo la verbal
crónica del descubrimiento de aquella antigua maravilla con
microclima que andando el tiempo, los ayuntamientos y los planes
generales de desordenación urbana (no es errata) ha devenido en
un Benidorm aplacado de mármol.
En aquella Marbella donde nadie era de
Marbella, ni el metre de La Fonda, ni el dueño de El Cenador, en
aquel como Tánger de verano en los coletazos de la dictadura, el
director del gran hotel tampoco era de Marbella. Nació en
Finlandia. Hablo de Francesco de Perlac. Que yo sabía que no era
de Marbella, sino remotamente italiano, de San Marino, de un
sitio así como de película de Grace Kelly antes de su boda con
Raniero. El Don Pepe era el gran hotel cuando aquello comenzó a
ser la Costa del Sol. No fue el primer gran hotel. El primero en
el tiempo fue el Pez Espada de Torremolinos, con los fantasmitas
de peluche que daban para poner en la luneta del coche, señal
distintiva de que se había estado allí. Cuando la gente en
general supo que lo elegante era el Pez Espada, dejó
inmediatamente de serlo. Entonces a don José Meliá se le ocurrió
hacer el Don Pepe. Era más o menos el tiempo en que a Banús se
le ocurrió hacer Puerto Banús. En aquella Marbella te
encontrabas con la "jet" y con estos empresarios del franquismo
que perpetuaban su nombre en algo con mucho cemento y con cinco
estrellas.
El Don Pepe fue gran hotel hasta desde el
punto de vista arquitectónico. Lo proyectó Eleuterio Población e
hizo para el bar de la piscina una cubierta atrevidísima de
hormigón, que en su época se echaba a pelear con el prodigio de
la terminal de la TWA en el aeropuerto de Nueva York. Tuvo
Población la habilidad de hacer algo como de por ahí, a la
medida del entorno. Entonces Marbella era como de por ahí, no de
aquí, más Bahamas que Andalucía. Y para dirigir aquello, don
Pepe Meliá buscó al Conde de Perlac. Ahora lo comprendo todo.
Meliá y Población hicieron un hotel para que lo dirigiera Perlac,
para que Rocío Jurado cantara en sus jardines, para que Omar
Sharif se tomara sus cervezas en copa helada, para que El
Cordobés saliera vestido de torero, para que Trini Fierro fuera
a jugar al bridge. Y todo eso sin perder un ambiente como de
familia, de fonda antigua, de huéspedes estables, donde el
camarero de la piscina se sabía tu marca de vermú y la
telefonista, si te llamaban temprano, decía que el señor está
retirado hasta las once.
Ya nada de aquello existe. Ya no podemos ver
en el Don Pepe la imagen capicúa que muchos veranos contemplé:
don Pepe Meliá bañándose en la piscina del Meliá Don Pepe.
En estas circunstancias, obviamente, Perlac se ha retirado.
Antes han retirado al propio hotel, al que el yerno del dueño ha
destrozado con una reforma que yo que Población le pedía daños
por atentado contra la pureza Meliá de su obra arquitectónica.
Veía los últimos veranos a Perlac en su hotel y me parecía
superviviente de una época y de unas calidades que ya no
existen. En la entrevista de su jubilación ha dicho algo
terrible sobre el atuendo de los huéspedes en aquel hotel antes
tan refinado: "Los dejamos pasar mientras lleven algo en los
pies". En esa Marbella degradada de chanclas y bancotel, Perlac,
claro, no ha tenido más remedio que jubilarse.
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