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Será
en Haití, no en Larache o en Tetuán. Un oficial español volverá
a mandar tropas marroquíes. Pones a Alfredo Mayo y le echas de
novia a Amparo Rivelles y te sale una película o una copla de
Juanito Valderrama: "Cuando por los campos de verdes
chumberas..." La nostalgia literaria y estética del Protectorado
de Marruecos. Nuestro "Casablanca". Unas "Memorias de Africa"
sin Paul Bowles. A nuestro cine y a nuestra literatura se les
van las mejores. Tenemos por descubrir todo el ciclo colonial
español contemporáneo. Ese universo estético de nuestra
"Casablanca" sonó en la emocionante habanera de Enrique Llovet y
J. Halpern en "Los últimos de Filipinas": "Cada vez que el
viento pasa se lleva una flor,/ pienso que nunca más volverás mi
amor". No volvió el viento del rescate. Los últimos españoles
coloniales quedaron en Filipinas, olvidamos a los de Marruecos o
Guinea. En "La forja de un rebelde" de Arturo Barea se adivina
ese paisaje humano de la España colonial, pero el fondo de
guerra y el hedor de los cadáveres de Monte Arruit te impide
saborear las mil historias de amor, el mundo de los aventureros,
de los pícaros, de los truhanes. Antes
de la independencia de Marruecos, los mozos de reemplazo eran
enviados a hacer el servicio militar en unidades militares de
guarnición en el Protectorado. El día del sorteo, en cada caja
de reclutas, se escribía una versión popular de esa literatura y
ese cine que nos falta. A los quintos que les había tocado
Marruecos les pintaban con tiza en la espalda una palabra
mágica, "Africa"; y, debajo, un cuadro "naif" de palmeras y
camellos. La soldadesca estaba escribiendo en verdad la leyenda
del prestigio estético de un Africa colonial que despreciaron
nuestros novelistas, quizá con la excepción del tangerino Angel
Vázquez, el de Juanita Narboni.
Si los ingleses o los franceses hubieran
estado en Larache y en Fernando Poo, en Bata y en Alhucemas, ¿se
imaginan qué hermoso y refinado ciclo de novelas y películas
tendríamos ahora, con un fondo colonial de exiliados
republicanos en el Tánger internacional y pícaros malagueños
convertidos en traficantes de armas para los independentistas
marroquíes? Nuestra cultura no da aviones de Lisboa en los que
tiene que embarcar la libertad, ni zocos de amores y aventuras
de Paul Bowles. Nuestra cultura da el complejo de inferioridad
del olvido, como si nos avergonzáramos de haber sido en
Marruecos ni más ni menos que lo mismo que la Francia de
"Casablanca".
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