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EL «garaje» de Manolo Carretero en la calle Valdés Leal (actualmente obrador de Los Ángeles), que cuando se ausentaba de su negocio ponía un letrero que decía: «Estoy en Casa Morales». Joaquín el relojero de García de Vinuesa, junto a Morales, en un local tan chico que le preguntaron una vez que si lo traspasaba para un colegio. Las peponas de cartón de la mercería Casa Conde, en la Puerta del Arenal. Calzados Varela en la Avenida, donde se hacía los zapatos a medida la Reina de Jordania y donde trabajaba de cortador el padre de Rocío Jurado. Palma el betunero de la Punta del Diamante. Las cadenetas de papel de seda pegadas con engrudo, adornando las casetas en la Feria o los patios en las cruces de mayo. Las carrañacas. Los tiradores (tirachinas). Jugar a las cuatro esquinas: «¿Me da usté candela? Por allí jumea». Los güitomas en El Prado por el invierno. El correctísimo violinista Sarasate tocando por las terrazas, con su corbata de lazo. Hipólito en su taller de reparación de cámaras fotográficas, en una barreduela de la calle Argote de Molina. Don Antonio Tello y la medalla del Niño de la Sacramental del Sagrario. Don Juan Castro y su discípulo Paquito Cuéllar organizando la procesión del Corpus. Televisor en Casa Cuesta de la calle Callao en Triana, con el público viendo el fútbol o los toros y sus ventanas abiertas, para que lo viera la gente. Los panales, de clara de huevo con azúcar, por ahí llamados azucarillos. El mercadillo dominical de sellos en la Plaza de Santa Marta. El mercado dominguero de aves, palomas, canarios, peces y perritos en La Alfalfa. Cambio y alquiler de tebeos a perra gorda (10 céntimos de peseta). Las muñequitas recortables. Los recortables de soldaditos, con Regulares, La Legión y Carros de Combate. Los caballitos y carritos de madera. Los toritos y vacas con cabezas basculantes de cartón. Los empleados de las pensiones y fondas, uniformados de azul marino y con gorra con el nombre del establecimiento, buscando huéspedes a la llegada de los trenes.
Ojo, aspirina solo hay una: Aspirina Bayer. Brandy Espléndido, siendo Garvey es exquisito. El pegamento Sintetikón. Los palillos que tocaban los niños: dos tablillas entre los dedos. Jugar en la calle con pelotas de trapo, y el grito al ver llegar a los municipales: «¡Guindi!». Los carritos hechos con un par de tablas y cuatro rodamientos de cojinetes: uno se montaba y otro empujaba. El juego de la lima o «a cortar terreno». La billarda. La comba. Juan Morón, púgil de lucha libre. Los coches de alquiler de Gran Turismo en su parada de la Telefónica, en la Plaza Nueva, con el reluciente auto bicolor de Mirajote que contrataban los toreros.
La fábrica de plomo de Figueroa en La Resolana, con su Torre de los Perdigones. El almacén de aceitunas de Carlos García Oviedo. La fábrica de harinas de Clavero, en plena Puerta Osario, frente a la Cochera de los Tranvías. La fundición de Domingo de la Prida. Los inquilinos de los pisos de Domingo de la Portilla, el dueño de la Casa de las Sirenas. El almacén de vinos de Peinado. El almacén de Casa Morales en la calle Sánchez Bedoya, con su camión Renault que traía los bocoyes de tinto y los descargaba rodando por una rampa. La Fábrica de Tornillos de Ollero y Rull. El campo de fútbol de La Forestal. La Clínica Nuestra Señora de la Salud en la Ronda, frente a la Avenida de Miraflores y la esquina del Bazar España. La fábrica de vidrio de La Trinidad. Berrio, fabricantes de cajas de cartón. El Cine Rialto. El Bazar Inglés. Los Hermanos Bellerín, mecánicos de máquinas de escribir. La tienda de máquinas de escribir de Carlos Schiffer en la Cuesta del Rosario. La Nueva Ciudad, de Lozano, Rojo y Moreno. El Cosario Tardío. La tienda de coches de Rafael Carrión en Marqués de Paradas esquina a Julio César. (Redactado con textos enviados por los lectores al correo: redcuadro@yahoo.es )
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