Pinche para leer el Magazine de El Mundo en Internet

Pinche para leer el diario El Mundo en Internet

 

Antonio Burgos: Jazminez en el ojal

 

Tres ritos de pan y aceite

 

ERA, APROXIMADAMENTE, como la historia del difícil vino español en aquella cena de la Nochebuena del Nueva York de la Ley Seca que canta Doña Concha Piquer en su hermosa copla de los "Suspiros de España". Hablaba aquí el otro domingo de lo trabajoso que es para un español desayunar a la usanza de su tierra cuando está en el extranjero, mientras que a los turistas le ponemos aquí por delante todas las glorias benditas de sus costumbres, por espantosas que a nosotros nos parezcan. Si Doña Concha Piquer tuvo que buscar a precio de oro una receta para que le dieran en la farmacia vino español con que convidar a sus paisanos en aquella reunión toda de españoles, casi como con una medicina he bajado, les contaba, a muchos comedores de desayuno de hotel en países de los Chirlos Mirlos y de otras partes del mundo, llevando en la mano mi frasquito de aceite de oliva virgen con que rociar generosamente las tostadas.

Hablaba de las tostadas de pan con aceite, pero me olvidaba de sus ritos y observancias, y algunas lectoras me lo han recordado. Me han advertido que no hablaba del ajo en mis "Moradas" o caminos interiores de la dificultad tanto ascética como mística de practicar en el extranjero el rito patrio de la tostada de pan candeal y el aceite de oliva en el desayuno. Una de estas lectoras me ha comentado en un correo electrónico:

-- Si a usted le ponía cara de extrañeza el camarero del hotel de San Juan de Puerto Rico, figúrese qué pensaban de mí en París la semana pasada, cuanto aparte de aceite pedí en el desayuno unos dientes de ajo con que untar la tostada antes de echarles los que usted llama sagrados óleos...

Es que mi lectora, sin que quizá lo sepa, pertenece al rito del ajo y profesa con fruición su ceremonial fricción sobre la tostada hogaza, antes de escanciar el aceite del olivo de Minerva sobre su crujiente superficie. Maravillosa, casi pastoril secta aceitera y matinal ésta del ajo en la tostada, que le da recio sabor al aceite y al pan, que nos lleva directamente a la cultura de las migas, de los torreznos. Cortijada pura. Gañanía antigua. Chimeneas de pueblo humeando al amanecer. Cantos de gallos a lo lejos. Cascos de las bestias sobre los empedrados de la calle. Un tren de vapor que pita, cuesta arriba del puerto. Cocina de fogón de verdad, de trébedes en la lumbre, de negras perolas. Si ese pan que antes de remojarlo de aceite se restriega con un diente de ajo se tuesta a la lumbre del fuego, pinchado en una navaja cachicuerna, es que estamos volviendo a los caminos de la Mesta, a la vieja, olvidada Castilla de las majadas y los mastines o los podencos con la carlanca al cuello, guardando las ovejas.

¿Que el ajo deja su olor en la boca toda la mañana? ¿Y qué? Peores y más artificiales son los perfumadores en forma de abeto que colocan los taxistas en los espejos retrovisores de sus vehículos y nadie protesta. ¿Habrá algo que huela más a España, a paisajes cervantinos, a dientes de Dulcinea que los de ajo, arriero y comunero? Aceite y ajo. Incluso sal le añaden algunos. Sal gorda, por descontado. Son los de la observancia estricta de la tostada con aceite, los no reformados.

Porque hay quien sostiene que los de la otra secta o fe óleo-tostadera, los del azúcar, son heterodoxos, que lo ortodoxo es el ajo. Que echar azúcar a la tostada es un delito de leso olivar, cuando no de lesa tahona. Y que es algo propio de niños y de años del hambre de la postguerra. Y tanto. ¿Cuántas hambres no quitó el pan con aceite? Miren que ya no hablo de la tostada apenas. Hablo de ese bollo, al que se le hacía un agujero en todo su centro, quitándole la miga, se le echaba un generoso chorreón de aceite, se añadía azúcar hasta casi empapar el reverencial óleo, y se le volvía a poner en su sitio el migajón que para hacer ese nutricio cráter le habíamos quitado. ¿Cuántas meriendas se hicieron así? Cuando no cenas. El bollo con aceite y azúcar fue la cena de muchos españoles durante mucho tiempo, tiempos de terribles postguerras. Quizá en recuerdo de aquellas dificultades, algunos hemos practicado, por adicción de la infancia, el rito de la tostada con aceite y azúcar. Que dicen los puristas, los talibanes del ajo, que va contra toda norma, que el azúcar le quita el sabor al buen aceite, que no puede degustarse su justa acidez. ¿Pero y lo rico que está el pan con el azúcar empapando el aceite, dónde me lo dejan, ese azúcar que se pone verde como el trigo verde del verde, verde, limón, como un homenaje simultáneo a García Lorca y a Rafael de León?

Peor enemigo aún que los partidarios del ajo tiene la tostada de aceite y azúcar en la dieta. No tengo empacho en confesarlo: abjuré de la fe de la observancia mañanera del aceite y del azúcar por los disgustos que me daba la báscula del cuarto de baño cuando me ponía sobre ella, que protestaba la tía poniendo la aguja mucho más arriba de los números que empiezan por 7. Pero le guardo luto al pan con aceite y azúcar, como solemos los de su observancia. Tal es nuestra fidelidad, que nunca nos pasaremos a la fe del ajo. En cualquier caso, seguiremos en el que llamaría el tercer rito, la tercera vía, que es la que aquí describí con sus fatiguitas allende las fronteras: el solo pan tostado con el solo aceite. Sin más ajo, más sal o más azúcar. Cultura clásica totalmente. No es desayuno. Es humanismo. Minerva y Ceres, ¿les parece poco?

(Publicado el domingo 30 de abril del 2000)


Anteriores entregas de "Jazmines en el ojal"

 

"LA ESE 30"         PUNTAS DEL DIAMANTE          RECUADROS DE DIAS ANTERIORES

 

Regresar a la pagina principal