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En
Sevilla somos mucho de la Infanta Elena, que se casó aquí,
pero no del helenismo, porque Grecia nos coge muy lejos y todos
estos que pintan la mona a costa de los tópicos de Cernuda no
saben apenas una papa de la revista "Grecia", por lo
que tampoco vamos a darles demasiadas pistas, no vaya a ser que
se orienten y nos monten el numerito habitual de la cultura
oficial y se pongan otra vez los mismos de siempre a decirnos
que no se le ha hecho justicia a "Grecia".
Punto este de la cultura oficial en el que José Antonio
Moreno Jurado, con sus certeras y más que valientes
declaraciones en EL MUNDO DE ANDALUCÍA, nos ha hecho pensar que
creíamos como males de la dictadura calamidades que están por
encima del tiempo y de los regímenes políticos, invariantes
castizos que por lo visto llevamos en la masa de la sangre y en
la masa de los calentitos que fríen junto al Arco de la
Macarena. Nos creíamos con ilusión durante muchos años en que
los sufrimos que los mandarinatos de la cultura sevillana se
iban a acabar con la dictadura franquista, pero continúan,
ahora en nombre de la democracia, por lo que es mucho más
difícil, si no imposible, desmontarlos. En el anterior régimen
nos cabía la esperanza de que, muerto el dictador, se acabara
la rabia de los dictadorcillos locales de la cultura y de la
literatura. No ha sido así. La democracia habrá llegado a las
instituciones políticas, pero no a la vida cultural, donde
siguen mandando con su firma en la orden de plaza unos señores
a los que no ha elegido nadie, pero que se erigen en
sentenciadores de lo bueno y de lo malo, de lo moderno y de lo
antiguo, de lo progresista y de lo reaccionario, de lo
políticamente correcto y de lo que debe desfilar en las filas
de penitentes y disciplinantes de la cofradía del silencio. La
cofradía del silencio no crean que sale sólo en la Madrugada.
En cada amanecer de la cultura vemos pasar a la cofradía del
silencio, de los condenados al silencio, a quienes ni siquiera
podemos conocer, ocultos tras el antifaz de otras máscaras y
mascarones de proa.
Moreno Jurado habla del poeta Manuel Mantero y le hace
justicia, como nosotros
aquí el otro día, al alimón con Antonio García Barbeito,
cogiendo cada uno el capote por un lado de la esclavina,
hablábamos de Rafael Montesinos. La Sevilla que le hizo la
vida imposible a Cernuda
(que, no se olvide, era la de la II República) es la que ahora
ignora y desprecia, en sus destierros, a Rafael
Montesinos y a Manuel
Mantero. El uno, en Madrid, enfermo; el otro en Restados
Unidos, harto de coles.
Y desde esa distancia del olvido y el silencio, Manuel
Mantero ha dicho, en el reconocimiento que le hacían en
"Diario de Sevilla" como excepción de la regla de la
cofradía del silencio: "El Guadalquivir no pasa por
Sevilla; es Sevilla la que pasa por el Guadalquivir". Punto
en el que Moreno Jurado, a la griega, nos hace dudar entre
Heráclito y Parménides: ¿pasa Sevilla junto al río? ¿Pasa
siquiera el río? ¿No es acaso la misma Sevilla de siempre, oh
helenista, la que permanece en sus peores hábitos y hasta el
río trae siempre la misma agua de exactas malas babas que las
de antes desde el orgullo del desprecio de los mangoneadores?
Lo digo porque vengo de la Feria del Libro. Me he encontrado
con "Ocnos" hasta en la sopa. No era para descrita la
cara de los libreros cuando les preguntaba por "Los años
irreparables". Y cuando pregunté a otro en una caseta por
la "Misa solemne" de Mantero, me mandaron a la iglesia
de San Buenaventura, que está allí al lado.
Sobre este tema, en El RedCuadro:
Tópicos
cernudianos
El
magnolio de Luis Cernuda
Naranjito
de Triana, sol y flor
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