Hacía tiempo que tenía yo ganas de volver a estar de acuerdo
con Rafael Escuredo. Desde que lo cesaron como presidente de la Junta de Andalucía.
Aquellos lorquianos, empavonados bucles de sus rizos se han encanecido, y no por eso ha
sentado la cabeza en el diván del tararí que te vi de lo políticamente correcto. No ha
perdido su lenguaje chocante, desafiante, de barra de bar, de niñato de barrio. Como
Escuredo parece un personaje verídico de Paco Gandía, ha dicho: "Opá, que
voy a largar". Y ha largado: "Cuando salen los partidos nacionalistas y dicen
que qué es ese cachondeo del café para todos, yo, con la misma desvergüenza que ellos
utilizan les digo que si no hay café para todos va a haber bronca para todos. Las gambas
nos gustan a todos. O hay gambas para todo el mundo o no hay. Esa es la defensa de la
Constitución. El andaluz no es mezquino. Si de lo suyo tiene que darle a alguien, le da.
Lo que no quiere es que se lo quiten. Y los nacionalistas vienen a robarnos la cartera, al
corto plazo. Y la respuesta a nivel nacional es decir: aquí nadie va a robar la
cartera".
Como Escuredo, soy de los que
cuando Arzalluz ha alzado su copa con los nacionalistas ha pensado en la tabla de quesos y
en el café para todos del (primer) proceso autonómico. Andalucía rompió entonces que
hubiera descentralización administrativa para los pobres y autonomía política para los
ricos. Ya no se trata de café para todos, sino de Colombia puro para unos y ese recuelo
de pucherete al que le llamamos España para el resto. Volveremos a ser españoles los que
no podemos ser otra cosa. Pero Escuredo se ha equivocado en marisquera materia. No es que
haya gambas para unos sí y otros no. Es que a unos puede que ya les hayan prometido
langostinos mientras a otros nos darán quisquillas. O camarones. Para pagarles los
langostinos, nos quitarán la cartera. Como siempre.