Estoy en la gloria. Soy mucho del higo chumbo y soy mucho de Kiki
Díaz Berbel, que me da muchas columnas hechas al cabo de año. Y Don Berbel es noticia a
causa del higo chumbo. Un higo al que el político puede acercarse sin que le ocurra nada.
Si Bill Clinton, en lugar de meterse en los higos de otras higueras, se hubiera dedicado
al higo chumbo en vez de mirar la puesta de sol cuando estuvo en Granada, del mismo modo
que miraba la puesta en postura de la becaria guarrona en la Casa Blanca, ahora no
estaría a pique de un repique, que en americano se llama "empeachement". Un
buen empacho de higos chumbos le hubiera sacado el "empeachement". A Clinton le
tenían que haber cantado su estribillo aquellos chigiroteros de Los Cogedores de Higos
Chumbos, que en las Fiestas Típicas oí cantar en la Peña La Estrella de Cádiz.
Aquellos chirigoteros representaban el tipo de cogedores, y haciendo el compás con la
caña quebrada en su punta para entrar por las tunecíes chumberas, decían:
- Los higos de las chumberas
- los cojo yo,
- que yo los cojo de esta manera...
- Pero los negros, no...
- Porque nos entra la temblaéra...
Claro, Clinton se dedicaba a
coger los higos negros y así le ha entrado la temblaéra hasta en el sillón
presidencial. Cosa que no le ha ocurrido a Rodrigo Rato, que como se ha dejado llevar por
Granada de la mano de Don Berbel, pues en vez de ir a la puesta de sol ha acudido a la
puesta en morado y oro a base de higos chumbos granadinos. Don Berbel, a base de darle
higos chumbos, le ha sacado a Rato mil millones para restaurar el Albaicín. Pocos
millones me parecen, para lo buenos que están los higos chumbos granadinos. Rato no
quería dárselos. Cuando le dijo Don Berbel en Madrid que tenía que darle mil millones
para el Albaicín, le respondió don Rodrigo:
-- No caerá esa breva...
-- Pues ya verás cómo cae
después de tomarte unos higos...
"Dale un higuito, Berbel,
porque es una putada el quedarse sin comer chumbo en Granada".. Y con higos de pala,
con higos de tuna, con higos indianos de nopal fue Rato finalmente convencido. De cuántas
horas haya estado en el cuarto de baño de su despacho del Ministerio de Hacienda al
regreso a Madrid es algo de lo que no informan las crónicas granadinas, que se quedan en
el atracón de higos. No se sabe, por el momento, si es cierta esa noticia que dice que
los varilleros de Madrid hubieron de acudir urgentemente al despacho del ministro de
Hacienda para poder desatrancar aquello. Este es el único inconveniente que tiene el
astringentísimo chumbo, que he oído mentar en algunos lugares de la Andalucía con un
nombre precioso: higos de Túnez. Al higo chumbo le pasa como a gran parte de las delicias
de la cocina andaluza: que por baratas y abundantes son despreciadas. Si un higo chumbo
costara lo que cien gramos de caviar, ya estaríamos oyendo a todos los pintamonas del
verano de Marbella y del invierno de Madrid:
-- Oye, chica, tienes que ir a
lo de Kiki, que dan unos chumbos divinos...
Nada menos chungo que el
chumbo, y miren las maravillas que hace el habla andaluza con un solo cambio de sonido
consonante, de labial a gutural. El chumbo no es nada chungo. El chumbo merecería estar
en las más delicadas mesas. Muy pocos hosteleros lo entienden así. Angelo, cuando tenía
el San Marcos de la calle Cuna, hacía unos deliciosos sorbetes de higo chumbo para
cambiar el tercio del paladar entre plato y plato. Y en todos los bufés del Don Pepe
marbellí, Justo Sánchez impone la estricta observancia de su granadina nación, con los
chumbos en el desayuno o después del almuerzo, como postre. El día que los de Madrid
descubran en Zalacaín o en Jockey los higos chumbos...
-- Déjelo usted, maestro,
mejor que no los descubran... Así puede venir Rato, preguntar qué es eso, pegarse el
atracón y que le saque Don Berbel los mil millones de ala para el Albaicín...