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Querida
Ana Botella: verías que el barrio de Santa Cruz, para no dejar
por embustero a Carmelo Larrea en la letra del bolero "Tres
cruces" de nuestros guateques, te recibió con su lunita
plateada de reglamento cuando viniste a Sevilla para presentar
"Érase una vez", tu libro de cuentos recontados, en
una casa tan gatopardesca que hasta el dueño se llama Salinas.
A pie por el mejor cahíz de tierra del mundo (mejorando las
fanegas de Valladolid), te sorprendiste de los florecidos
jazmines, del olor de los nardos. Aunque sé que no se estilan
los jazmines en el ojal, perdona que siga con lo políticamente
incorrecto ahora que te recuerdo el olor a dama de noche que
también te sorprendió, como aquel verso jándalo de Gerardo
Diego de "sevillanas bailando sevillanas": una dama en
la noche oliendo damas de noche.
Y para la reedición del libro, que deseo inmediata, te
brindo una mágica leyenda becqueriana que ha redactado la
escritura automática de la ciudad que te deslumbró con
jazmines, nardos y damas de noche. Esto érase que se era un
naranjo de Sevilla, joven, con la edad de sus brotes en la boca.
Lo habían plantado al pie de la Giralda, justo delante de la
casa que Manuel Halcón se compró un día sólo para poder
escribir dialogando con la mujer fría que siempre es la torre
mayor. Era el mes de octubre, y sin que nadie pudiera
explicarlo, ni los canónigos que salían del coro, ni los
novios que zureaban palabras de amor bajo la luna, aquel naranjo
al pie de la Giralda se había puesto a echar azahares como los
locos. Octubre declinante, las castañas asadas de Todos los
Santos a la vuelta de la esquina, y aquel naranjo proclamaba,
orgulloso, la blanca plenitud de sus flores, que trasminaban a
primavera. Y érase que se era, Ana, que cuando lo vi yendo
hacia la presentación de tu libro, el naranjo de Sevilla
cuajado de azahar en octubre me dijo la moraleja de su cuento:
"Ya que el mundo está loco, y los obispos justifican los
crímenes así como los millonarios fletan los aviones privados
de la muerte, los naranjos tenemos el mismo derecho a la
enajenación. ¿Y qué mejor locura que el disparate de la
belleza?..."
Y así fue, Ana, cómo el naranjo de Sevilla se puso blanco
de azahar en pleno octubre. No creas a quienes te digan que el
naranjo callejero estaba la otra noche blanco de plata, blanco
de luna, blanco de azahar, porque había encanecido de golpe por
el dolor de tanta muerte.
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