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El
PP, antes de ganar las elecciones por vez primera, prometió la
regeneración. Algunos, o muchos, se quedaron esperándola, ya
que estos señores, cuando miraron debajo de las alfombras y
dentro de los cajones vacíos de las cuentas de la Seguridad
Social, llegaron a la conclusión de que era el mejor aplicar el
supremo principio político del pulpo: de momento, al pulpo, ni
reñirle. Creímos que iban a hacer la regeneración de lo
anterior, pisando cuantos callos fuera conveniente pisar, y
comprobamos con no poca desesperanza que decidieron entregar
cómodos pares de zapatillas y zapatos curapiés para esos
callos, que quedaron intactos. Menos mal que, como compensación
de aquello y en el paso del ecuador de la segunda legislatura,
parece que empieza la reconducción, que es la regeneración que
pudo haber sido y no fue.
La reconducción es el monumento político que estamos
levantando al manto de Penélope. Hasta tal punto, que cuando
haya un poco de perspectiva histórica quizá le llamen a este
tiempo el de la reconducción, como damos en llamar transición
al periodo constituyente. Quizá la reconducción sea la mejor
forma de regeneración. Se trata, quizá, de la regeneración
moral y ética de una sociedad que ha perdido el norte de los
principios y así nos va. Se le han visto las orejas al lobo de
aquel hedonismo colectivo con que se entendió la democracia y
el progresismo, cuando los supremos ideólogos de la nueva
situación fueron Los del Río, ya que en España se legisló,
se gobernó y se administro justicia bajo el supremo principio
de "dale alegría a tu cuerpo, Macarena". Y las
alegrías se pagan. La excelencia, siempre deseable, fue
cambiada por el tópico demagógico de la solidarizad y del
igualitarismo.
Se reconduce la nebulosa de la permisividad para la droga
como elegancia social y de la toma de la calle por unas
generaciones a punto de cirrosis con los botellones. Aquellos
polvos de los bandos de Tierno Galván traen estos lodos
pastilleros. La excelencia pregonada desde el poder fue la
movida y el colocón.
No me invento nada. En mi pueblo, hasta los concejales del
primer ayuntamiento de la democracia tenían a gala de
progresismo que en el salón de plenos hubiera un olor a porro
que hasta los maceros municipales cogían el morazo. Se
reconduce la educación del "todo vale", donde el
cliente, que es el alumno, tenía siempre la razón. No digo que
se restablezca el principio de autoridad docente, pero con que a
los profesores no los sigan corriendo a gorrazos, algo saldremos
ganando. En la debida exigencia de la olvidada excelencia,
vuelven a nuestro paisaje docente arquetipos consustanciales con
la enseñanza, como el cateado y el repetidor. En todos los
sentidos. Porque lo que han cateado y lo que tiene que repetir
es la propia confusión de la democracia con una viña sin
vallado.
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