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El Recuadro

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Reina en consigna 

Cuando Lady Diana Spencer se mató en París, o cuando murió la Princesa Margarita me extrañaron estos ingleses tan raritos, que dejan a sus muertos en la soledad de una capilla palaciega y siguen su vida. Cuando lo de Lady Di dije que a la pobre la habían dejado en consigna y se habían ido todos de copas de "sherry". Desde nuestra España de entierros a la Federica para los alcaldes socialistones y de la Macarena estrenando lágrimas de verdad por la muerte de Joselito el Gallo, nos sorprende el elegante distanciamiento de estos puñeteros ingleses ante la muerte. Aquí es la estética barroca del llanto sobre el difunto, el velo de la viuda, la capilla ardiente con cuatro hachones, la noche en vela, el tanatorio de la S-30, los abrazos de pésame. Allí es la estética victoriana de un ataúd cubierto con el pendón de la Familia Real que pasa por unos jardines que representan con su verde el papel de campos del Edén. Este ataúd solitario que pasa camino de una capilla no lo suele llevar nadie de la familia, sino cuatro soldados de un Regimiento que estuvo en las Malvinas, vestidos como de maestrantes de Ronda, o, en su caso, cuatro criados de Palacio.

Con la Reina Madre se repite este distanciamiento, tan elegante, de la muerte inglesa. Adriano dejó allí su muralla, no los usos de nuestra cultura romana de la muerte. Fijo que cuando hacen una excavación de un asentamiento de las legiones romanas en Britannia no encuentran un solo vaso lacrimal. Aquí, sin excavaciones arqueológicas, nos sale ante la muerte una Roma de plañideras. Con Lady Di, los ingleses pusieron sus flores de silencio ante Palacio. Los latinos, los franceses de París y los italianos que estaban allí de turistas fueron quienes montaron el lamento de plañideras del Puente del Alma. Ahora, con la Reina Madre, pasan los escolares inglesitos con ramos de violetas en las manos y hay como una voluntaria ocultación de las lágrimas. Son duelos nacionales sin ataúd, casi sin muerto. Que duran, además, muchísimo. La madrugada con cuerpo presente, velatorio de aguardiente y chistes de Lepe es una ordinariez latina y romana que no puede consentir el buen gusto de la elegancia anglosajona. El rito de la muerte inglesa es esto de que a la Reina Madre la llevaran a la capilla de Todos los Santos de Windsor, y allí la dejaran tranquilita a la mujer con su propia muerte en soledad. Sólo al cabo de los días y al humo de las velas la pasarán al palacio londinense de San Jaime. La muerte de la Reina Madre será el silencio de unos escolares con un ramo de violetas dejadas junto a una reja hasta el funeral en Westminster y el entierro en el panteón real de Windsor. Desde esta España barroca y plañidera de la Reina Mercedes, donde la copla cuenta por miles los claveles que le echaron, a mí estos ingleses tan raritos, con sus muertos en consigna, me parecen que tienen un insuperable sentido de la elegancia ante la muerte.


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