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Ese
respetable barón con título de marca de escalera mecánica de
El Corte Ingles ha muerto, así que, señores, griten conmigo:
"¡Viva el Museo del Prado!" Era, indudablemente, un
gran mecenas de las artes. No lo pongo en duda. No voy a ser tan
cruel que a barón muerto, Cebada Gago, que son unos toros con
mucho peligro. Thyssen era un monstruo del coleccionismo. Ya es
mérito, colocar una colección de arte y conseguir que le hagan
un museo para él solito. Pero no en Nueva Zelanda o en la
República Sudafricana, países sin tradición pictórica y sin
patrimonio histórico-artístico abandonado y en trance de
pérdida que están deseando tener un museo, sino en España. El
mérito del barón fue lograr que la España del Prado y mucho
más concretamente la España de los fecundos y desconocidos
sótanos del Prado le hiciera un museo para él solito y que
pagáramos la morterada de millones por su filantropía de
taquilla. Millones uno detrás de otro, este por Solana, este
por Semprún, primero para traer los cuadros, luego para
habilitar un museo a su medida, y más tarde, año a año, para
seguir pagándole un vitalicio, que aún le estamos abonando.
Thyssen consiguió el sueño que nunca logró Miguel de
Molina. Cuando Carlos Herrera le hizo una entrevista inolvidable
en su exilio de Buenos Aires, el cantor de "La Bien Pagá"
confesó:
-- Quisiera donar todo mi vestuario de artista a la ciudad de
Málaga, donde nací, para que lo pongan en un museo...
-- Pero en Málaga no hay museo de estas cosas, Miguel...
-- Ah, pues que lo vayan haciendo para mí.
A Thyssen no le pasó como a Miguel de Molina. En Madrid no
había museo para que pudiera cobrar la tela de sus telas en la
generosísima donación, y se lo hicimos con nuestro dinerito.
Mientras, claro, se hundían iglesias románicas, conventos
barrocos, había goteras en los museos provinciales, pero eso no
tenía la menor importancia en la España del pelotazo. Ya
habíamos cobrado las comisiones del Ave y alguien tenía que
cobrar desde más arriba las comisiones del Museo Thyssen.
Sí, ya lo sé. El mérito no es de Thyssen. El mérito es de
su señora esposa, de la española que fue gran figura de las
artes cinematográficas. Esa es nuestra suerte. Que esta
señora
se casara con el barón que tiene un título de la misma marca
que las escaleras mecánicas de El Corte Inglés. Menos mal.
Porque si llega a casarse, un poner, con el señor Kruger, el
del parque africano de los leones y los elefantes, con dinero
público hubiéramos convertido el Retiro en una reserva de la
fauna africana a la medida de su capricho. Con una sucursal,
naturalmente, en el Parque de María Luisa, en plan Pedralbes.
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