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                Como
                perro viejo del articulismo, he puesto con truco y oficio este
                título que va aquí arriba con letras gordas. Porque este
                Antonio Ferrera, por el que usted, aficionado a los toros,
                quizá ha empezado a leer estas líneas, no
                es el Antonio Ferrera nacido en Ibiza y criado en
                Extremadura que ha despuntado esta temporada, entre cornalones y
                orejas cortadas a pares. Es Antonio Ferrera Comesaña, que era
                algo completamente inaudito en Andalucía: lector. Antonio
                Ferrera Comesaña era por sí solo un círculo de lectores en su
                silla de ruedas de inválido, nunca supe si civil o militar,
                militar republicano en tal caso, naturalmente. Antonio Ferrera
                Comesaña ha muerto y lo menos que puedo es dedicarle este
                gorigori literario, por el que, ay, ya no recibiré una de
                aquellas cariñosas cartas suyas, con unas señas de la avenida
                de Eduardo Dato en el sobre.
                 Antonio Ferrera era quiosquero. Del muy ilustre gremio de los
                quiosqueros de Sevilla. Antonio Ferrera era el dueño del
                puestecillo de periódicos de la esquina de la Puertalacarne con
                el Cuartel de Intendencia, donde ahora está la Diputación.
                Cuando pasaba en el tranvía camino del colegio Portaceli, me
                inquietaba siempre aquel hombre que estaba en la oscuridad de
                aquel puestecillo verde, entre revistas colgadas con alfileres
                de palo. Siempre se le veía leyendo, libro en mano, algo que no
                hacía ningún quoisquero de su tiempo. Curro el de los
                Periódicos, en su mitología bética de La Campana, era
                inimaginable con un libro en las manos. 
                Pasaron pocos años cuando, afionadete ya a la escritura,
                supe que aquel Antonio Ferrera, el quiosquero lector de la
                Puertalacarne, había convocado con dinero de su bolsillo unos
                premios literarios, en memoria de su madre. Como un Lara
                apasionado, Antonio había organizado los premios "Adela
                Comesaña", que fueron como el Sésamo o el Nadal en
                versión minimalista sevillana. Cuando en 1985 le dieron el
                premio Príncipe de Asturias a Angel González, Alfonso Guerra,
                que presidía aquel jurado, hizo la memoria de la gesta de
                Antonio Ferrera. Dijo Guerra en Oviedo: "Conocí a Angel
                González cuando yo tenía veinte y pocos años, en Sevilla, con
                motivo del fallo del premio de poesía "Adela Comesaña".
                Ambos formábamos parte del jurado y era la primera vez que los
                dos nos veíamos en aquel brete. Estaban también Gabriel Celaya
                y Armando López Salinas y recuerdo que Celaya nos trajo unas
                cintas grabadas con canciones de un principiante llamado Paco
                Ibáñez". 
                Para que ahora otros presuman de progresía y de haber hecho
                resistencia literaria contra la dictadura... Nadie le reconoció
                en democracia aquel mérito a Antonio Ferrera, que como Ignacio
                Sánchez Mejías había hecho con la Generación del 27, pagó
                de su bolsillo el viaje a Sevilla de todas aquellas figuras
                literarias de la Generación del 50. Lo que pasa es que el
                humilde Antonio Ferrera no tenía cortijo de Pino Montano donde
                darles una fiesta y todo quedó en la calle de la Mar de tinto
                de Casa Salazar, en aquella Sevilla de Club Tartessos y de Gorca
                Pequeño Teatro. 
                En los últimos años de la dictadura volví a encontrarme
                muchas tardes con Antonio Ferrera en su Café Gijón a la
                sevillana, que era el saloncito de té de Nova Roma. Siempre
                leyendo. En una mesa estaba Plácido
                Fernández Viagas, llenándose la pechera de ceniza y
                estudiando materiales de un sumario; en otra, en igual menester,
                el juez Santos Bozal; y en una tercera Antonio Ferrera Comesaña,
                con mil libros y revistas, sentado en la silla de ruedas desde
                la que su preocupación cívica le llevó a organizar la ANIC,
                la primera asociación laboral para minusválidos. 
                Ferrera ha muerto y en su esquela, bajo su nombre, como un
                título nobiliario o un cargo en la cofradía de la vida, pone:
                "Escritor, poeta y bohemio". Yo le añadiría todos
                los títulos que dichos quedan arriba, cual precursor de la
                democracia, cual activista y agitador de la cultura, cual
                humilde quiosquero de la Puertalacarne, cual lector impenitente
                en la Sevilla de "El capirote" de Alfonso Grosso. 
                Sobre
                Antonio Ferrera, el torero: ANTONIO FERRERA. Torero de Extremadura 
                 
                 
                    
                Hemeroteca de
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